
Y no habrá paraguas
La locura se hará desventura.
La tormenta venidera vomitará espadas
que caerán como aguacero sobre los que son y los que piden sangre.
Y no habrá paraguas que las detenga.
La locura se hará desventura.
La tormenta venidera vomitará espadas
que caerán como aguacero sobre los que son y los que piden sangre.
Y no habrá paraguas que las detenga.
A propósito del mes de la patria y el Día de la Bandera. Estos versos son del gran poeta dominicano Gastón Fernando Deligne, pertenecen al poema Arriba el Pabellón.
En la puerta acordada
la de la Misericordia
alzaron bandera y gloria
antes de la madrugada.
Mella trabuco en mano
al cielo levantó el brazo
disparó aquel trabucazo.
¡Vivan los dominicanos!
Las locuras de Milei
son vergüenza ante el mundo.
Argentina va por rumbo
de los chivos sin la ley.
Le han entrado sin piedad
Milei ya cayó muy bajo.
Casi preso está, carajo
y viva la libertad.
Manipulados, presas de su ignorancia, privados de educación y alimentados con noticias falsas, los pueblos, desconociendo la Historia, no advierten la desgracia.
Creyó que podía matar y mató. Mató hasta la esperanza.
Se creyó divino.
Creyó dominar. Creyó apropiarse de todo.
Y se vio en medio de la nada.
A todas luces, el reclamo de la comunidad es justo. Defienden sus derechos ante una multinacional más que cuestionada.
Un muchacho enamoró a una muchacha, como lo haría un macho.
Se llevó la muchacha y, como macho, le pegó tres muchachos.
Él era un macho y por eso la golpeaba. Le exigía cosas que exigiría un macho. Y la celaba como lo haría un macho.
El primer día de mi muerte abrí los ojos temprano y no vi el sol.
Tampoco llegó la noche.
No era día el primer día.
No había verbo ni tiempo.
Varios estados en Ecuador aún viven bajo toque de queda ordenado por el Gobierno. Hoy, con un sistema de partidos penosamente debilitado, con crisis social y económica, el pueblo ecuatoriano vive en el desconcierto.
Nadie sabe el nombre la calle que transita. Y a nadie le importa. Nadie sabe adónde va el día, adónde van los días. Porque todos los días son el mismo día. Y eso no importa.
Un hombre tomó del brazo a su hijo y lo llevó al patio de la casa. Allí le entregó un trozo de metal pequeño, del tamaño de una almendra.
Con denuedo, el pueblo dice que está listo; tiene ganas de protestar, se advierte en sus ojos. Desempolva, enjabona y enjuaga las ganas de luchas, que ya están tendidas al sol.
Se agradecen favores. Así decía el cartel pintado de letras negras, en la calle Baltasara de los Reyes. La tarde despuntaba con el sol muriendo tras los edificios.
50 mil, no han bastado para que duela. Y nadie piensa hacer algo. Nadie salvó a los 50 mil. Nadie salvará a los que faltan por morir ante nuestros ojos.
Y nadie se conmueve. Como si en el pecho no molestara el peso de tanta injusticia.