La democracia, con sus fallas, necesidades y complicaciones, siempre será mejor que cualquier otra forma de convivencia. 

La política y los partidos políticos, cuyos defectos deben resaltarse siempre para buscar mejorarlos, son la garantía de la pluralidad y la participación democrática en las naciones.  

Es decir, que la política y sus decisiones son fundamentales para mejorar o dañar a las mayorías, definen acciones, la atención que reciben los más importantes sectores de un país, garantizan el equilibrio, edifican y permiten ir más allá del momento. 

En mi caso, y en el de muchos otros compañeros y amigos, la política nos preparó para la vida. ¡La política enamora, es fantástica!

Y no es cierto que acoja lo peor, lo más degradante y que de allí nacen todos los problemas de una sociedad. 
El problema con la política es precisamente la ausencia de ella. Cuando el discurso vende nuevas formas de vivir y hacer política, pero la práctica no muestra diferencia con métodos del pasado.  Cuando tu orígenes y vocación se pierden, y quienes te votan se sienten defraudados. Una y otra vez.

El problema no son los políticos, que no deben estar todos en una misma caja, aunque haya quien quiera insistir. El problema es de quienes se enganchan al sistema, creando en él daños y grietas profundas, pintando de política acciones que no tienen nada que ver con su razón de ser, que acceden a partidos con ansias de llegar al poder y que, dándoles ellos el acceso a estas figuras, en ese camino destruyen todo lo que encuentran. Legalidad, aspiraciones e inspiraciones incluidas. 

Así como la democracia solo se mejora con más democracia, la política solo se mejora con más política. La de verdad, la que no privilegia al mercader adinerado sobre el que construye con diálogo, con principios de servicio y solidaridad.
Evitemos caer en la antipolítica de la que hace unos días hablaba Erinia Peralta. Cuidemos y mejoremos nuestro sistema.