La inflación, que ya se ha dicho y ya se sabe, no ha sido ni transitoria ni puramente externa. Hay elementos internos que -como no intervienen para frenarla- la dejan crecer y mantenerse a su suerte.

Situación mundial, dice un despreocupado Gobierno, como si la precariedad de quienes la sufren con mayor furia fuera un destino irremediable.

Hay soluciones, existen vías -y el Gobierno las sabe- para proteger a la población que hace crecer el Producto Interno Bruto mientras decrece su poder adquisitivo.

Resucitar los desmontados programas de protección social sería una acción paliativa. Lo planteó ayer el compañero Roberto Rodríguez Marchena: indexar por inflación la exención contributiva de los asalariados al ISR y proteger al empleado con un aumento salarial efectivo, así como se protegen las ganancias de las empresas.

También frenar las importaciones desmedidas para proteger a los productores nacionales, contra quienes, además, el Gobierno abusa al no pagarles a tiempo los productos que les compra.

Pero nada pasa. El Gobierno ha asumido una inercia indolente.

Hasta cuándo soportará la gente comprar más caros alimentos y combustibles. Y pagar productos y servicios con el mismo sueldito. Debe pensar la actual administración gubernamental: ¿qué pasará cuando el hambre y la indignación puedan más que la resiliencia?