Desde el siglo XVI (años 1500), las grandes potencias controlan el mercado y producción de las drogas.

Famosas son, por ejemplo, las dos Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860) libradas por Inglaterra y Francia contra China las que, entre otras cosas, lograron que China permitiera el comercio y consumo del opio que las potencias europeas exportaban desde la India.

Algunos de los bancos actualmente más importantes de Europa surgieron alimentados por aquel tráfico de drogas de las potencias imperialistas europeas.

 Desde entonces, las drogas son un gigantesco negocio de las grandes potencias y un recurso para el control político de los países pobres.

La supuesta “lucha contra las drogas” sirve para vender enormes cantidades de armamento y  tecnología de seguridad a nuestros países. Miles y miles de millones de dólares que nuestros gobiernos  toman prestado para participar en un mercado macabro de muerte, explotación y control de nuestros pueblos.

Mientras la droga aliena, destruye a nuestra población –la más joven, en especial—la llamada “lucha contra las drogas” sirve para acosar y controlar a nuestros gobiernos, corromper y reprimir a la población, llevar el caos a nuestros países, violar nuestra soberanía, establecer bases militares y culparnos del negocio que ellos controlan hace quinientos años.

Estados Unidos se lanza hoy contra Venezuela con el pretexto de la “lucha contra las drogas”, como se lanzó contra Irak so pretexto de unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron; mentira que  sirvió para destruir aquel país y asumir el control de su petróleo.

Lo mismo quiere Trump con Venezuela: derrocar al gobierno soberano, sumir el país en el caos y volver a controlar las más grandes reservas probadas de petróleo y gas natural en el mundo. Eso es lo que busca Estados Unidos con el acoso contra Venezuela.