Las líneas, todas, se perdieron hace un tiempo. La de la coherencia, esa que hace que las acciones vayan en consonancia con los anuncios y las palabras, hace tiempo se borró.

Por eso, como si se tratara del «trucamelo», la promesa de cerrar una institución se vuelve un traspaso de presupuesto.

Por eso, pasamos de «las vacunas son para los dominicanos» a una mal llamada solidaridad que escuda la incompetencia y el fracaso de los planes a vapor, las vacunas en este caso, pero que son costumbre de esta administración. 

Del fortalecimiento del sector público de los últimos años, pasamos a confirmar lo que en campaña, para muchos, era simple suposición. Los verdaderos mandamás en este gobierno son los empresarios.

Los amigos dirigen, desde el dolor de sus bolsillos, todas las políticas públicas. Los conflictos de intereses son la norma y lo común. El perro cuidando el filete, desde la institución pública reguladora, dice cómo quiere ser regulado en su empresa privada. Negocio redondo, lo pagamos nosotros.

Entregando todo al sector privado, nos están privando de fortalecer al Estado, de seguir desarrollándolo para desde él construir el bienestar colectivo que, aunque a muchos les cueste reconocer, avanzó en los últimos años.

Transporte, salud, viviendas, obras públicas, comunicaciones y otras tantas áreas del gobierno, están siendo dirigidas por empresarios de esas mismas áreas. Todo podría salir mal.

Un fideicomiso por aquí, una alianza público-privada por allá. Todo tiene el mismo origen y meta. En el camino, se llevan el cumplimiento de leyes y procedimientos. Empezaron por Punta Catalina y se extenderá a otros sectores. Es cuestión de tiempo.

No creen en fortalecer lo público porque forman parte de la mentalidad de “no sirve”, de dejar todo perder porque, finalmente, lo público “no es de nadie”.

Cada día hay nuevas razones para, con las manos en la cabeza, recordar que esto es lo que nos gobierna.