Se agradecen favores
Se agradecen favores. Así decía el cartel pintado con letras negras, en la calle Baltasara de los Reyes. La tarde despuntaba con el sol muriendo tras los edificios.
Anegado de curiosidad, me acerqué a preguntar de qué se trataba la oferta o el servicio. Entre dos casas, inclinando una silla sobre una puerta de caoba, un hombre de camisa marrón, con el primer botón divorciado de su ojal, sudaba la calurosa tarde. Un sombrero de guano cubría sus canas.
¿Se agradecen favores?, pregunté.
-Se agradecen, contestó.
¿Y cómo es eso?
-Alzó con parsimonia el rostro y me miró sin inmutarse-
Como lo oye, replicó. Aquí se agradecen favores.
¿Y más o menos cómo funciona eso? ¿De qué se trata? ¿Cuál es el negocio?
Encendió un cigarro y, casi sonriendo, al soltar la primera estela de humo, me dijo: Usted me hace el favor de moverse de mi frente, de salir de mi vista, y yo se lo agradezco.
Humillado, miré la calle y caminé por la acera sin decir media palabra más. Al llegar a la esquina, el eco de su voz tocó mi espalda: ¡Se lo agradezco!, gritó desde su silla.