¡Ocoa fue alguna vez su río!

20-11-2025
Literatura
Ojalá, República Dominicana
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De sus márgenes, alguna vez saltó la vida enamorada, buscando el abrazo de los hombres.

Bajando como chivo sin ley desde la loma de la cordillera central, donde La Vega se besa a escondidas debajo de un palo de cruz, en lo profundo de Valle Nuevo.

Baja susurrante, vestido de fiesta a veces; otras, bramante, con aullidos de enojo que le gritan a la conciencia del hombre. A su paso bautiza villas, pueblos y playas; regala identidad —esa querencia que el orgulloso afinca y no suelta.

Ocoa, por la vieja ruta de su cauce, de seiscientos cuarenta y siete kilómetros, ha visto pasear la historia abotargada y los cuentos que, entre risas, se amontonan en la espina dorsal de lo que somos.

Desde el misterioso safari de cazar los mangos de Pachico hasta surfear la paja de arroz en las factorías de sus márgenes; a veces, salido de cauce en protesta abrumadora —cuando al unirse el arroyo de Guachupita— espanta la razón con el miedo.

Sus charcos prístinos convocaban a la muchachada; fueron motivo de encuentros familiares cuando la generación de los cincuenta iba en correría los domingos a cocinar y lavar en sus márgenes ocoeñas. En esos tiempos, sin acueducto, las casas tenían burros o mulos con odres; la recua, como negocio, se ofrecía a buscarle agua al que no tenía animal propio.

Siempre lavó —la historia, el orgullo—; siempre fue excusa perfecta para el junte: amigos armados con raspadura y pan se daban festín en la lisa, o, de paso, los cajuiles nos llamaban tentadores.

Hoy es otro: escurridizo, disminuido y enfermo por traficantes, aguacateros y ladrones de arena. Va languideciendo mientras se apaga el murmullo cantarín que alguna vez inspiró a viejos poetas a escribir añejas epístolas olvidadas.

¡Ocoa fue alguna vez su río!