Eran cuatro cocuyos, narran los cuentos viejos,
y no fieras panteras de que hablan los soldados.
Algunos atestiguan que eran linces airados
otros que eran fantasmas vestidos de pellejos.
A fuerza de soñarlos en bocas de mujeres
llegaron a inventarle linajes y apellidos,
de aguacero de sombras y tormentas y aullidos
de colibríes zumbando en los amaneceres.
A mediados de enero creció la fantasía,
frente al mar, una cueva, dicen que acogería,
el grafiti que reza: ni muerto retrocedo.
Nadie buscó en las letras el nombre del autor,
solamente la noche miraba con dolor,
en la puerta de todos, el cerrojo del miedo.