Fumando sombreros
Me desarropé de la cama, me levanté de la sábana. Me cepillé el cuerpo, me bañé los dientes, me sequé con los pensamientos y me puse a toallar sobre el zapato, antes de atarme la correa en los pies, anudarme la camisa, abotonarme la corbata, ponerme el cigarrillo en la cabeza y fumarme el sombrero.
Cerré las escaleras y bajé por la puerta. Caminé por el cielo con la vista hacia abajo, mirando el suelo en la calle sin nubes. Me detuve a comprar un semáforo en el periódico, le pagué el canillita a los 25 pesos y seguí destinando a mi camino.
El periódico me pone a leer mentiras: “Corrupción al desnudo; ministro se viste de santo”, “Obras Privadas cambia faroles al sol”, “Arqueólogos encuentran fósil de la razón en perfecto estado”, “Envían cohete al espacio en busca de sentido común”.
En los clasificados hay una letra de sopas, y anuncios en el crucigrama: “Se busca albañil para reparar conciencias”, “Se contratan ebanistas para apalear la situación”, “Se vende humo a buen precio” y “La Shanty quiere hablar contigo en la línea caliente”.
Trabajo al camino, saludo al despacho y entro al portero. En la fábrica, el producto me arma y el reloj me saca del bolsillo para ver la hora. De 9:00 a 9:00 el tiempo se deconstruye. El trabajo termina conmigo y la oscura noche camina sobre mí.
Con la funda en los panes, apartamento al camino. Subo la puerta y abro las escaleras. Me desabrocho los zapatos, me desabotono el sombrero, me bajo la camisa y me suelto el pantalón. Pongo la mesa sobre la ropa, enciendo el interruptor en el bombillo y reviso el reverso del diario que 25 pesos me compraron en la mañana.
El periódico “El Absurdo” da cuenta de que, en un reciente plebiscito, la ciudad votó a favor de seguir fumando sombreros.