Crónica de un viaje…
Salí esta mañana de camino al país dominicano vía Miami. Tenía más de un año sin ir. La pandemia y sus restricciones me mantuvieron alejado del mundanal ruido.
Los meses sin ir me hicieron olvidar las peripecias que me tocan cada vez que hago transbordo por estos lados y la amargura de retama que queda en el fondo de la taza de miel que nos ofrecen las Aerolíneas.
Bueno, salía mi vuelo a las 7:40 y ¡Aquiiii voy!
Al levantarme, se cae el teléfono, se desguañanga la pantalla y me quedo sin comunicación. Por un momento me entró un pánico cerval y dije para mí: – mal comienzo de salida.
Pongo el café, entro al baño y debajo del agua caliente procedo a ordenar mis pensamientos. Pensé: bueno, la única solución sería esperar en la esquina que pase un taxi. ¡No hay de otra!
Salgo del baño y… ¡Eureka! La pantalla encendida, aunque multiplicada por su rotura.
Pensaba viajar cómodo, con una chacabana, pero la temperatura había bajado en la noche y hacía frío. Entonces, me “encasqueto” un saco marrón con un chaleco de algodón. ¡Olvidé que era a Miami – RD que iba! Llamo a Uber, procedo a salir… el elevador detenido…
Voy entonces a descolgarme por las escaleras, bajando desde el sexto.
¡Por fin! Llego a la meta jadeando, salgo y abordo mi taxi que estaba a la espera… Va a salir y de repente, otro taxi lo choca por el lado izquierdo.
Se llamó a la policía y otro Uber, que tardó, pasa a recogerme.
Llego al Logan, corre, corre, voy al mostrador de primera clase, me atienden. Me dice: – Está tarde, veré de acomodarlo en otro avión…
Me sube la bilirrubina. Me chequeo y viene la joven: Señor, ¿quiere una silla de ruedas? – Nooo, le digo con cara adusta.
Me chequeo y procedo a pasar los controles. Tengo vuelo. Saldrá en media hora.
Entro a mi avión y al asiento designado 1 E (me gusta ventana y prefiero el 3 o el 4, pero vaya, salgamos del paso).
De compañero, un señor con dos mil trescientos veintitrés cadenas, ocho anillos, franelita sin mangas, quien me recibe tosiendo a voz en cuello.
⁃ Señorita, ¿me puede cambiar de asiento?
⁃ No señor, el vuelo está súper lleno.
Me siento con cara de aprehensión y las tres horas las paso en un concierto de tos y estornudos.
Me fundo en mi asiento, cierro los ojos, me pongo otra mascarilla, me encasqueto mi sombrero y me
encomiendo a las siete mil vírgenes y a los dioses yorubas, por si acaso.
¡Y a volar que el sol cambeeea!
Así decía un compañero del grupo Scout 67.
Arribamos a Miami. 11:55. Me levanto de mi asiento y la pierna se niega a caminar. Parece que me cobra, con creces, las libritas de más que me sumó la pandemia. Me llaman una silla de ruedas y salgo con la dignidad herida y cara de vergüenza.
Ya en Miami. ¡Sin Novedad en el frente! Procedo a tomar mi vuelo con rumbo a la primada.
Vuelo sin inconvenientes. Retorno en la fila de asientos preferida: 3 F.
Nostálgico, contento… “con mi burrito sabanero voy camino de Belén, si me ven…”.
Aterrizaje sin inconveniente. Pierna inconforme, pero resistente.
Llego a emigración y el cambio me golpea de lleno. Está muy variado, como el cuento de la caperucita…
Entré a las 2:15, son las 3:45 y ahora es que hay gente. ¡Un molote! Me imagino al virus con sonrisa complacida de oreja a oreja.
Un proceso que tomaba de veinte a treinta minutos va por casi dos horas, to’ el mundo pegao, como en bolero.
Oigo descontento, frustración, comentarios fuera de tono y un cubanísimo diciéndole hasta barriga verde a su mujer dominicana.
Con esta frustración, cansado, adolorido, con ganas de inmolarme estilo bonzo como los monjes budistas… Pero entonces, pasa ella, moviendo el casco, de proa a popa entre sus costados, generosa. Vestido verde corto y, de repente, se va el cansancio y comienzo a imaginar su línea de flotación en la carena sumergida entre su obra muerta y la viva y como náufrago sediento sólo pienso en agua, mientras saliva mi boca.
¡Agua mama!
¡Agua taita!
Entonces, oigo la voz del cubano mientras dice: -Pero muévase señor, está como ido.
¡Por fin! Renco y cansado llego a emigración donde, pasaporte vencido, me envían a un cuartito. Una atenta oficial me pregunta: ¿Porqué no renovó su pasaporte allá?
- Bueno, señora, tengo tres meses tratando de hacerlo y no hubo manera. Me aconsejaron venir a renovar aquí.
- Tengo cita para dentro de dos días, sabe.
- Suerte por ahí. Cogerá lucha, me dice. (Eso no e na’, pensé decirle, Jack Veneno era de Ocoa).
Salgo a la pata coja, busco carrito, recojo maletas y enfilo salida. Ahí las dos jovencitas que chequean numeración de maletas, con cara de chiviricas tiernas me dicen:
– ¿No hay un chocolate de regalo, o algo…?
Les contesto:
– Cuando salgan podemos ir a buscarlo por ahí.
Se ríen diciendo: – Don, usted sabe mucho.
Salida. Ahí Francis esperando y vuelvo entonces a caminar los senderos del cariño cuando dice, abrazándome: – ¡Ción tío!
Asdrovel T.
Santo Domingo
05/01/2021