Un año después
Un año después, República Dominicana es otra. Cambió.
No podrá decirse que cambió para mejor, tampoco para volver a ser lo que era antes del Covid-19.
El impacto del desastre sanitario en negocios y familias fue (ha sido) muy desigual.
Les fue bien o nada mal, a telefónicas, zonas francas, courriers, bancos, supermercados, grandes medios de comunicación, colmados, deliverys o dominicanos en EE.UU. con ayudas federales y estatales, entre otros. También, a los que conservaron su empleo o fueron contratados.
En cambio, a cancelados en instituciones públicas y empresas privadas, salones de belleza, talleres, hoteles, bares, restaurantes, microempresas de la comunicación, entre otros, les fue mal o de pesadilla. Recurrente durante meses.
La pasaron muy mal las madres que necesitaron una estancia infantil y no la tuvieron; madres que necesitaron otro televisor y conexión a Internet para las clases virtuales de sus hijos y no hubo dinero; familias que gastaron una fortuna con la hospitalización de un familiar o perdieron algún ser querido.
Esos dominicanas y dominicanas a los que les fue mal y están económicamente convalecientes, no se han recuperado todavía. Peor, han tenido una recaída por la falta de políticas efectivas de remediación del actual gobierno.
Se indicó «tratamiento ambulatorio de vacunación masiva de la población con apertura gradual», en la creencia de que sería más que suficiente para que los negocios y familias recuperaran su salud productiva y financiera.
Y no ha sido así.
La recaída se ha visto agravada por alza de precios en los alimentos, en los medicamentos, en los combustibles, en el transporte, en los materiales de construcción.
El empleo no se ha recuperado del todo. La canasta básica familiar subió a 38,419 pesos. Siete de cada diez familias tienen dificultad para llegar a fin de mes.
Con estos resultados convendría incluir una mayor sensibilidad hacia las mipymes, apuntar a una mejora fiscal y evitar la autocomplacencia.
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