Te encontré, recuerdo.
El tropiezo como acción inadvertida y torpe, ha tenido, desde que se recuerde, mala prensa, por la cercanía que le atribuyen al pecado. Cosa que no ocurre cuando el tropiezo es encuentro deseado, aún casual, energizado por la curiosidad, esa creadora de conocimiento y de ciencia.
Con el formidable desarrollo y acceso a las tecnologías digitales de la comunicación, los tropiezos casuales se han multiplicado. Y es que navegando en el infinito espacio cibernético detrás de alguna información, tropezamos a menudo con algo interesante que no se andaba buscando y que celebramos con callada alegría.
Que ni tan casuales son, habría que convenir, porque muchos de estos tropiezos del deambular, han sido inducidos por esa inteligencia pendenciera que se conoce como algoritmo. Tropiezo algorítmico, pues.
Recientemente, el tropiezo algorítmico me ha regalado una agradable sorpresa: El Padre, película del director francés Florian Zeller, protagonizada por el formidable actor británico Anthony Hopkins, ganador del Oscar por su interpretación de un padre envejeciente que transita entre las brumas del Alzheimer, las tensiones emocionales familiares, mientras va perdiendo progresivamente sus recuerdos y la sociabilidad, no así su capacidad de amar.
Idos los recuerdos, aún le quedó el amor.
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