Tal vez
Tal vez ahora se comprenda mejor a aquellas personas que gustan de estar a solas consigo mismas y prefieren “quedarse en casa y que no las molesten”.
“Me gusta estar conmigo, disfruto la compañía de mi misma”, me comentó una amiga a quien escribí hace unos días para desearle felices fiestas, dueña de una linda sonrisa, conversadora y muy inteligente mujer.
La pandemia interminable ha contribuido a normalizar ese gusto por una nueva soledad alegre, al ofrecer espacios y oportunidades de acogida en el teletrabajo, de librarse de una fiesta para disfrutar una película en casa o poder mudarse a un pueblito alejado de la gran ciudad.
Netflix, Flixolé (cine en casa), conexión, navegación e información a la carta, pago de servicios, compras de alimentos, ropa y utensilios sin tener que ir a cines, plazas, supermercados, por calles y avenidas atestadas de vehículos y gente, obran a su favor.
Esas personas ya no se sienten culpables de su preferencia y han recuperado horas para estar consigo mismas.
Transeúntes de la imaginación, inquilinos o inquilinas de las nubes (allí tienen su segunda residencia), precursores del metaverso y del deepfake, fueron por siempre víctimas del bullying.
Regalarse unas horas para disfrutar la compañía de si mismo, repudiar la infernal contaminación sónica e impertinentes códigos de felicidad y convivencia, ha cobrado fuerza como resistencia a una sociedad depredadora de emociones.
Tal vez, ahora sí, estar a solas, sin otra compañía que uno mismo y de quienes has escogido para que habiten en tu memoria, sea un saludable antídoto a la infoxicación invasiva, violenta y maleducada de estos tiempos.
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