Tacto y buena educación
Para reproducirse o legitimarse, todo poder, económico, político, social o cultural, está obligado a tener y actuar con mucho tacto, más aún durante crisis y en países con grandes desigualdades.
La prudencia gestual en el ejercicio del poder evita la ira y el desafío a la autoridad.
Tacto es cuidado. Sensibilidad. Pertinencia. Inteligencia relacional. Respeto a la diferencia, a los estados emocionales, preferencias, decisiones libres, legítimas y legales de los demás.
La decisión o declaración puede ser discutible, si es correcta o incorrecta, y ser definitivamente impertinente. El poder no puede permitirse nunca que sus actuaciones sean recibidas como impertinentes e interpretadas como indiferentes e indolentes.
Cuestionado por su notoria discreción y nada ostentosa conducta social, un empresario dominicano muy sabio, cuyo nombre no es necesario mencionar aquí, palabras más, palabras menos, respondió: “La riqueza no se debe estrujar en la cara de los que no la tienen. Eso molesta, con razón”.
La falta de tacto en quienes detentan poder sugiere muchas veces incomprensión de los estados anímicos, soberbia y falta de empatía con la población.
El tacto es una de las buenas maneras que disponemos para construir una convivencia armoniosa, sin rencores y por lo tanto democrática.
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