Tras dos años de tragar inflación como veneno, llegó el alivio. ¿Llegó? Lo justo habría sido indexar, para luego aumentar salarios.

Ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario y viceversa. Hace dos años se anunció como gran logro un aumento, pero con reclasificación de empresas. Es decir, una estafa. Lo que se anunció en un primer momento, no fue lo que vio el bolsillo.

En esta ocasión, el aumento real del salario resulta ser pírrico. Aplicando la inflación acumulada en los bolsillos del trabajador, lo que queda es insustancial.

Pintoresco resulta el comentario del Ministro de Trabajo. ¡Para enmarcar! Dijo que con el nuevo aumento, empleados de empresas no sectorizadas podrán cubrir el 93 % de la canasta básica familiar del primer quintil.

¡Pero Ministro! ¿Y usted celebra que la gente trabaje solo para comer? Ni a eso llega, 93% cubre, según su planteamiento, 28 días del mes. Sólo en febrero se podrá comer todos los días.

No viste, no calza, no paga transporte para ir al trabajo, no va al cine, no tiene familia. No nada. Solo trabaja y malcome. ¿Así no era que funcionaba la esclavitud? El cuento de «Los amos» se repite.

Cuando aumentan las materias primas, suben los precios. Suben para salvaguardar las ganancias de las empresas. Lo que no sube en igual proporción es el salario del trabajador, que no tiene manera de salvar los ingresos que genera con el empeño de su fuerza laboral.