Sí, pero
Encarecer el dinero es la fórmula más efectiva para combatir los altos precios de todo lo que se compra con dinero.
Es un disuasivo a comprar y a gastar en tiempos de escasez de oferta y abundancia de demanda.
Así lo aconseja la buena teoría y la práctica de los bancos centrales.
Y funciona. No de inmediato. Toma su tiempo “normalizar” los precios hasta que la producción y la distribución se recuperan y los consumidores enfrían su ímpetu de compra.
Hasta ahí, muy bien.
Sin embargo, los mercados no son puros. Y esto por la sencilla razón de que la realidad económica nunca es ideal ni numérica, sino contradictoria, humana e imperfecta.
Son seres humanos los que producen, distribuyen, consumen, acumulan riquezas o carencias, poder o debilidad de mercado.
Están presentes distorsiones en la gestión de la oferta, poderes de mercado que concentran la decisión en la gestión de la oferta y debilidad e indefensión de la demanda.
Hasta acá, la historia discurre, se ve y se entiende tan bien como los supuestos teóricos. Seguimos en la aproximación realista.
La pregunta es: ¿cómo terminará la historia? ¿Cuál será el resultado final en la que la solución del capital financiero resultó la más convincente? ¿Qué habrá pasado con los hombres y mujeres, con los millones de hogares a los que se les encareció el dinero?
¿Ocurrirá como otras tantas veces antes que esos millones de seres humanos estarán felices y consolados de ver y escuchar que pasó el huracán inflacionista, que se restauró la “normalidad equilibrada” del mercado, pero tristes de descubrirse sin un centavo y endeudados hasta las narices?
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