Que no cesen el llanto y la condena
La que acaba de transcurrir ha sido una semana aplastada por la congoja.
De nuevo la imprevisión y la golosa ganancia nos han traído la tragedia abrumadora.
Nuestro pueblo ha llorado a nuestros muertos del Jet Set.
Y ahora que hemos llorado a mares esta desgracia, justo es que pensemos en un pueblo que vive ese horror todos los días. Que cada día ve desplomarse sus paredes y aplastar a sus familias: Palestina.
¿Cómo se puede vivir cada día semejante baño de sangre?
¿Cómo pueden callarlo los medios? ¿Cómo lo callan tantos gobiernos? ¿Cómo las organizaciones políticas? ¿Por miedo?
Juan Bosch pidió en 1961 “matar el miedo”. Pero vivimos bajo el terror de la fuerza que hace posible aquel horror.
La tragedia que ha tronchado la vida de más de doscientos dominicanos y dominicanas ocurre todos los días en Palestina. Bombas de hasta una tonelada aplastan familias. Casi veinte mil niños y niñas, más de treinta mil mujeres, jóvenes y ancianos, más de doscientos periodistas y reporteros de aquella carnicería asesinados allá, silenciados aquí. Centenares desaparecidos bajo los escombros.
Y la solución del presidente Trump—quien no gusta de los emigrantes en su país—es imponerle la emigración a todo un pueblo. Que se vayan a Líbano y a Egipto. Que abandonen sus hogares. Despojo de la tierra en el más rancio estilo colonialista.
Que no cesen el llanto y la condena… Aquí, frente a la incuria oficial y la gula privada que no previenen. Allá, ante el genocidio y la expropiación contra el pueblo palestino.
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