Escribía ayer el economista Magín Díaz en Diario Libre lo siguiente: “En una economía de mercado los precios juegan un rol fundamental, pues son el mecanismo de transmisión fundamental de la información para que los productores y consumidores tomen sus decisiones.

“Obviamente, este mundo ideal ocurre en ausencia de distorsiones. Pero si algo abunda en el mundo real son precisamente distorsiones que hacen que los precios no transmitan la información de manera correcta. Es lo que el economista chileno Ernesto Fontaine denominó como “precios mentirosos”. https://bit.ly/3MxWPi8

Podríamos mencionar entre esas distorsiones del mundo real: los bajos salarios, el empleo precario, el elevado gasto de bolsillo en medicinas, la deficiente cobertura del seguro familiar de salud, la energía eléctrica cara, entre otras.

Otra distorsión, tal como han denunciado el Banco Central Europeo, los presidentes Biden, Sánchez, Ursula von der Leyen y economistas (Reich, Stiglitz, Krugman, Navarro, López, Garzón), la provocan empresas y comercios que utilizan su poder de mercado para inflar sus ganancias con precios mentirosos codiciosos, es decir, con precios provocados por la codicia.

Esas distorsiones del mundo real, como la precariedad y la codicia, ponen a los gobiernos ante la disyuntiva de distorsionar el mercado con un precio mentiroso piadoso para ciertos bienes y servicios básicos o el sincericidio del precio que se estima real.

Algunos gobiernos han optado por mentir piadosamente al mercado con la canasta básica, la factura eléctrica,   los combustibles, los alquileres, para proteger a los ciudadanos de las sorpresas que da la vida, evitar dolor y malestar social.

La mentira piadosa, aprendí con mi madre, no es pecado, porque se dice por amor a los demás. La codicia, sí lo es. Despoja a indefensos consumidores sin piedad.