Entre 2012 y 2020, el hoy presidente Abinader caminó el país demostrando que no hacía falta subir impuestos. Lo que había que hacer, decía, era parar el “derroche” del gobierno.

Muchos incautos compraron aquel discurso fácil. No eran los suficientes para ganar elecciones, pero el Departamento de Estado de Pompeo hizo lo que faltaba y el cambio llegó.

Los primeros cuatro años fueron de un derroche descomunal para instalar su base clientelar. Los gobiernos del PLD le dejaron un presupuesto inimaginable para el cambio: un billón de pesos, logrado por primera vez en la Historia dominicana. En 1996 ese presupuesto apenas sobrepasaba los 25 mil millones.

Cuatro años de cambio después, nómina pública aumentada en 120 mil millones; duplicada la deuda contratando  más de 30,000 millones de dólares; deteriorados los servicios públicos; ahogada en un río obsceno de millones de pesos toda la oposición corrompible para las elecciones—sólo en el Bagrícola se “prestaron” ¡CIENTOS DE MILLONES EN UNOS DÍAS!—el presidente nos clava por la espalda el puñal de la traición fiscal.

Debemos sacrificarnos, dice, para él recaudar otra millonada para sus planes de seguir traspasando   riqueza pública al sector privado de su preferencia.

El gobernante que más dinero ha manejado en la Historia dominicana y  el que menos ha invertido, “lanza piedras contra los chiquitos”; usa el poder avasallante comprado en elecciones y sella contra el pueblo la perfidia que algún economista llama “valentía”.

La daga alevosa cortará un 15% al poder adquisitivo de nuestros maltrechos ingresos que viene a sumarse al que ya nos había mutilado la inflación.

Paquetazo fiscal contra las familias dominicanas que ahora, como antes, y como siempre, se sellará con nuestro sudor y nuestra sangre.