¡Nos invaden!
El dólar se envalentona, el petróleo se encorva y la gasolina no se inmuta.
El desánimo flota como las ánimas.
La gripe mala, en su mejorada versión, como Quisqueya, indómita y brava: muerde pulmones y arruga gargantas. El cólera colonizó el río. La disentería corre con mayor corriente que el afluente. El covid plantó bandera. Los mosquitos, avionetas kamikaze, se estrellan en la piel con aguijones embadurnados de dengue.
¡Nos invaden! El desengaño y la desesperación. ¡Nos invaden! Locura colectiva. El sueño criollo se extingue; se está despoblando la antilla y repoblando el norte del continente. Llegan en hileras como hormigas, por agrestes caminos, con esperanza de un mejor destino.
Alguien ha ordenado toque a degüello contra la felicidad de quienes viven más cerca del suelo, abajo, muy abajo. La injusticia irrumpe con desafuero las frágiles casas de lata y cartón, en cuyo interior palpitan corazones amilanados.
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