No debe extrañar que el presidente Abinader aproveche su viaje a EEUU para matar varios pájaros de un tiro en busca de arreglar algunas cosas que no cuadran bien.

Quizás sea un recurso para tratar de resolver un problema muy serio: el suyo es un gobierno herido gravemente de ilegitimidad. Él lo sabe.

Llegar al poder aureolado por un supuesto compromiso con la transparencia y la honestidad y demostrarse confabulado con el narcotráfico, tiene que ser angustioso.

¿Cómo plantar cara a semejante desgracia?

Porque no se trata de una golondrina, que no hace verano dice el pueblo.

Es que toda la campaña electoral pasada del PRM, desde la del simple regidor hasta la del propio presidente, fue una gigantesca máquina de lavado y su resultado electoral, por tanto, no puede ser más espurio.

No importa el “caiga quien caiga” que se sabe es tan postizo como el proclamado gobierno del ahorro.

No importa que los púlpitos mediáticos, arietes del perremeismo en campaña, miren para otro lado.

Lo mismo hicieron precisamente durante la campaña electoral cuando desde distintas partes se les señalaba lo que estaba pasando.

¿Es ahora el lloro y el crujir de dientes? El Departamento de Estado llama. El gobierno entrega.

Fueron alfiles de la campaña. Seguros financiadores. Las fotos y videos están ahí. No hay tutía.

Un gobierno con semejante lastre es un gobierno muy débil en muchos sentidos.

Por eso no debe extrañarnos si lo vemos en agasajos con parte de la crema y nata de la política americana del momento, después de haber nombrado a Giuliani como su asesor y de bañarse gozoso y servil en la piscina del trumpismo derrotado.