No sabría decir cómo lo cogió usted, si lo escuchó o lo leyó. En mi caso, no por el pastor, sino por las ovejas, lo entendí de la siguiente manera: “Detrás de una mujer fracasada, hay un hogar cuidado”.

Ya lo sé, el hogar cuidado importa tanto al patriarca, que el fracaso de la servidora que tiene de mujer, no le importa.

Tome en cuenta que la pecadora en cuestión, menstruante, bruja de ocasión, cuerpo de sal por desobediente, pendenciera en ratos libres, salió de una de sus costillas.

“Detrás de una mujer exitosa, habría dicho textualmente, hay un hogar descuidado”. https://www.instagram.com/p/DEVuNrhynO8/?igsh=N3ZzZzA2cmQyMWV3

¿Qué decir sobre esta afirmación?

Primero, que las generalizaciones son siempre erráticas. La mujer no existe, es una abstracción; existen mujeres de carne y hueso, de distintas condiciones económicas e historias personales.

Segundo, recordar a Eduardo Galeano. Imaginaba el escritor uruguayo que si Eva hubiese dado su versión del Génesis, probablemente, quizás, habría dicho que esas eran “calumnias que Adán contó a la prensa”. https://youtu.be/1DgagHWRLSU?si=5x6kVz_wzRpeYVdH

Tercero, ¿cómo distinguir a las mujeres exitosas de las fracasadas y a los hogares cuidados de los descuidados?

Sobre el éxito o fracaso de las mujeres, se lo dejo de tarea.

Me ocuparé de lo segundo: un hogar cuidado es aquel que cuida, por tanto en el que hay amor, respeto y solidaridad.

Aquel que reúne las condiciones para que sea posible la felicidad de sus miembros, con ingresos suficientes para alimentarse, para educarse y prepararse para lidiar con las complejidades de la vida; con ingresos suficientes para alumbrarse, protegerse del frío y del calor, de las enfermedades, transportarse, comunicarse y disfrutar de los bienes culturales.

Pero, eso no es todo: requiere de un Estado que entienda, simpatice, facilite y garantice que así sea.

Culpar a las mujeres y no al César, aún al amparo de Dios, no es la solución.

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