Mudanzas
Irradiada por los efectos globales de la pandemia y de la desglobalización, la vida cotidiana de los ciudadanos se mueve, muda, cambia, migra, troca, tórnase, con rapidez vertiginosa, aparentemente contradictoria y para algunos sorprendente.
Vivimos tiempos de mudanzas. A marcas blancas. Por hábitos alimenticios más sanos. Por alimentos, medicinas, energía, hipotecas y financiamiento caros. Mudanza de conciencia ecológica ante el Cambio Climático. Mudanzas por empleos para conciliar vida laboral y familiar y mejor retribuidos. Gym y salón para recuperar autoestima y atractivo. Mudanzas de país, por guerras, hambrunas o precariedad. Mudanzas de pareja. Mudanza de creencias, de estilos de vida e ilusiones. Mudanzas también, de simpatías políticas.
Vivimos tiempos de mudanzas, igualmente, por impaciencias, decepciones y ansiedades. La pandemia puso al descubierto insuficiencias resolutivas del Estado, el desamor en las empresas y serios cuestionamientos a las relaciones de los ciudadanos con el Estado, con las empresas.
Mire usted: el año pasado, en EE.UU., 50 millones de personas renunciaron a sus empleos para mudarse a otro empleo más a gusto. Fenómeno conocido como The Great Resignation o Big Quit.
Las mudanzas, hay que decir también, son propias de la volatilidad y fragilidad de las lealtades a marcas, mercados, estados, hábitos, relaciones, creencias y partidos políticos.
En los últimos 23 meses, 26 países cambiaron de gobierno por la mudanza de simpatías políticas de los votantes.
Así, las mudanzas tienen en común la conveniencia, la oportunidad, la libertad o la necesidad.
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