Cuando muere la madre o el padre quedamos huérfanos, sin embargo, no hay en nuestro idioma una palabra que defina a una madre o padre cuando pierden su hijo o hija.

Y parece hasta lógico, ese dolor y desolación no tiene nombre.

Peor aún, cuando el hijo o la hija es asesinado a golpes o tiros, por una fuerza policial o militar, después de estar detenido e indefenso.

Las últimas semanas han sido trágicas para familias que han perdido sus hijos en hechos de franco abuso policial.

Resalta un denominador común, las víctimas son pobres, anónimos del montón, sin el apellido o alcurnia que normalmente se respeta y evita el maltrato.

Duele pensar que esos muertos eran jóvenes llenos de sueños y esperanzas.

Duele más imaginar todo el esfuerzo que hicieron y las penurias que pasaron esas madres y padres para criar sus muchachos.

No hay razón alguna para matar, es inaceptable que lo hagan las instituciones que se supone nos protegen.

En cada caso hay evidencias de saña y desprecio por la vida.

Nada ni nadie puede calmar las almas desgarradas de esas madres huérfanas.

Ninguna pose o declaración le devuelve la vida a sus muchachos.

Si quienes gobiernan no detienen la espiral autoritaria y de abusos que se ha instalado, puede que los atropellos y la muerte sigan de ronda, lástima que como siempre, les toca a los pobres aportar las madres huérfanas.