Primero fue el Tribunal Supremo de Justicia que retiró todos los cargos inventados en su contra por los creadores del Lava Jato. Ahora es la mayoría del pueblo brasileño que, en dos votaciones consecutivas, lo reconoce como su líder íntegro e incuestionable.

Lula ha derrotado a Bolsonaro y al entramado global llamado Lava Jato que, en una operación revelada en sus íntimos detalles por los wikileaks de Edward Snowden y Julian Assange, sirvió para dar golpes de Estado y perseguir a incómodos líderes populares negados a entregar empresas estatales, recursos naturales y soberanía a los monopolios transnacionales.

Encarcelar a Lula, derrocar a Dilma Roussef, imponer a Temer y a Bolsonaro fue la antesala para que empresas como Boeing, Raytheon, Chevron y Royal Dutch Shell—para solo mencionar las más conspicuas—se repartieran a gigantes competidores brasileños como Embraer y Petrobrás.

Sólo un dato: Embraer tenía contratos en Europa y Arabia Saudita por más de ocho mil millones de dólares al momento en que Boeing la adquiere por 4, 200 millones. Otro más: Lava Jato causó una caída del 2.5% del PIB de Brasil en 2015. Aún no se repone aquel país del golpe que aumentó la pobreza y la dependencia.

Para eso se encarcela a Lula y se derroca a Dilma, se intenta asesinar a Evo Morales y se persigue a Correa, a Cristina y a cuantos puedan oler a indisciplina o a cuestionar la Doctrina Monroe.

La victoria de Lula derrota a Lava Jato, regresa la esperanza al Brasil y nos llama a confiar en los pueblos de Nuestra América.