La puta Catalina

08-03-2023
Quiero que sepas
Ojalá, República Dominicana
Compartir:
Compartir:

Recién llegada al barrio, la muchacha no tuvo tiempo de desempacar maletas para instalarse. Desde la entrada de la casa, algún depravado que codiciaba sus piernas, sus caderas, su busto y rostro lozano, la acusó de meretriz. Ahí comenzó el calvario de Catalina, la puta Catalina, como le empezaron a llamar.

De boca en boca iba el chisme. Las vecinas la miraban con desprecio, los puritanos la acusaban de pecadora. Los de alcurnia, mientras la señalaban con el dedo, la deseaban, sus libidinosos ojos se iban tras su sombra.

No pasó mucho tiempo para que vandalizaran la vivienda en que apenas dormía. Tanta calumnia la destrozaba. Nadie quiso escuchar su verdad. Era una puta y eso no admitía discusión. Por dinero se acostaba con hombres y mujeres. Eso era todo.

Alguno, alguna vez, cuestionó la veracidad del supuesto. Igual, nadie la había visto en tales afanes, pero fue acusado de forma inmediata de haber hecho uso de los servicios de la puta.

Un día la acusaron de bruja. Patriotas del pueblito ocuparon las calles y callejones con antorchas en la mano. Y piedras, queriendo lapidarla ¡La puta bruja y sus pecados!

A la semana llegó de una misión en un pueblo vecino el cura de la parroquia. Preguntó por una muchacha ordenada como monja que había enviado a asuntos eclesiásticos. Catalina, se llama.

¿La puta?, preguntó un curioso. El cura llegó a su casa. Todo ese tiempo ella estuvo llorando y apenas saliendo por comida.

No hubo desagravio. De la nada, todos olvidaron los días de antorcha y piedras. Como por razón divina, el pueblito fue colmado de una amnesia colectiva.