La improvisación nos cuesta
La improvisación es vista por muchos dominicanos y dominicanas como un elemento inherente a la administración del Estado, que se ha practicado desde la fundación misma de la República, por poner una fecha de inicio…
El vaivén de gobiernos que desde 1844 han asumido la improvisación como único y verdadero plan de Estado ha sembrado en el ideario de muchos asumir esta práctica como buena y válida.
Sin embargo, y ya lo explicó de manera magistral y didáctica el profesor Juan Bosch en Composición Social Dominicana, la improvisación le cuesta mucho al pueblo, al desarrollo y al bienestar.
Resalta la manera medalaganaria de dirigir el Estado de Pedro Santana y Buenaventura Báez. La emisión de moneda inorgánica de Lilís y la retahíla de caudillos y presidentes efímeros que prosiguieron provocaron un desorden institucional, que sirvió de pretexto para una invasión estadounidense en 1916.
La historia siguiente la conocemos. Y sabemos, aunque mezquinos no lo admitan, que a partir de 2012 por primera vez desde Bosh el país contó con un plan integral de Estado, que fue ejecutado con precisión y seguimiento de metas.
Un salto hacia la organización del Estado y el combate frontal a la pobreza multidimensional con programas puntuales: educación, salud, crédito, seguridad alimentaria y otros.
Abandonar esas políticas altamente útiles a la población para abrazar nueva vez la improvisación, es un atraso que no debe tolerarse.
Por descuido franco del Ministerio de Agricultura llegó la Peste Porcina Africana. ¿Cuánto le ha costado al Estado esa improvisación? ¿Cuántos millones se han gastado en enmendar el error (horror)? ¿Y cuál ha sido el verdadero sacrificio (que no monetario) de los medianos y chiquitos productores de cerdo?
Igual ocurre con el almuerzo escolar, programa de medicamentos, 911, estancias infantiles, transporte y alimentos.
La improvisación nos cuesta y nos atrasa. ¡Y mucho!
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