Juan Bosch en la Navidad
Del Cuento de Navidad
«Más arriba del cielo que ven los hombres había otro cielo; su piso era de nubes, y después, por encima y por los lados, todo era luz, una luz resplandeciente que se perdía en lo infinito.
Allí vivía el Señor Dios.
El Señor Dios debía estar disgustado, porque se paseaba de un extremo al otro extremo del cielo. Cada zancada suya era como de cincuenta millas, y a sus pisadas temblaba el gran piso de nubes y se oían ruidos como truenos.
El Señor Dios unas veces doblaba la cabeza y otras la erguía, y su gran cabeza parecía un sol deslumbrante.
Por lo visto, algo preocupaba al Señor Dios.
Era que las cosas no iban como Él había pensado.
Bajo sus pies tenía la Tierra, y en la Tierra los hombres se comportaban de manera absurda, guerreaban, se mataban entre sí, se robaban, incendiaban ciudades;
Unos se declaraban reyes, y mediante el engaño y la fuerza tomaban las tierras y los ganados ajenos; apresaban a sus enemigos y los vendían como bestias.
Las guerras, las invasiones, los incendios y los crímenes comenzaban sin que nadie supiera cómo ni debido a qué causa, y todos los que iniciaban esas atrocidades decían que el Señor Dios les mandaba hacerlas; y sucedía que las víctimas de tantas desgracias le pedían ayuda a Él, que nada tenía que ver con esas locuras.
El Señor Dios se quedaba asombrado.
El Señor Dios había hecho los mundos para otra cosa; y especialmente había hecho la Tierra y la había poblado de hombres para que éstos vivieran en paz, como si fueran hermanos, disfrutando entre todos de las riquezas y las hermosuras que Él había puesto en las montañas y en los valles, en los ríos y en los bosques».
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