Gobierno desechable
En algún lugar leí, no recuerdo donde ni quien escribió, acerca del “Gobierno desechable”. Aquel que haría lo que vino a hacer, misión cumplida y adiós.
Sus objetivos convenidos serían pocos (tres preferiblemente, cinco como máximo).
El gobierno desechable vendría a ser una suerte de “rebeldía o disrupción conceptual” (y práctica agregaría yo) al fetichismo de “lo sostenible”, tan en boga por el afán conservador que se ha apoderado de todos (incluyéndome a mi) frente a los desmanes de la improvisación y de la depredación.
Una de las irreverencias más llamativas es su esencia: saber gobernar no necesariamente es posible únicamente con políticas duraderas (sostenibles). Y así lo explica: políticas duraderas las ha habido en el tiempo y de escaso impacto; y al revés, políticas desechables de duradero impacto.
Es decir, las políticas del Gobierno desechable no pretenden ni se conciben para ser sostenibles. Al contrario, tienen marcado en su reloj vital la obsolescencia programada. Acortada.
A la humanidad y al planeta, sacudidos por las crisis derivadas de la pandemia, les cambió el reloj, acortando los tiempos.
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