Entonces hay que rejuntarse
Si una lección nos deja en claro el último año vivido, es que el mundo que estamos construyendo no es humanamente sostenible. Es frágil.
Un virus pone en jaque las economías, no importa su tamaño, los gobiernos, los sistemas de salud y los modelos educativos. Cambia de manera radical nuestras formas de vida y obliga a pensar cuán leve es la existencia de los seres humanos.
Esta crisis invita a pensar en la construcción de nuevas formas de ciudadanía, a repensar las organizaciones sociales, para que puedan ser más activas ante los nuevos desafíos que se presentan.
Parece duro, pero no podemos seguir dejando la política a los políticos y los partidos.
La nueva situación nos obliga a reflexionar sobre el potencial y los retos de una formidable cantidad de organizaciones sociales construidas en las últimas décadas. Son un gran activo social, político y cultural.
De ahí nos surgen algunas preguntas: ¿Podrán seguir existiendo si no se reinventan y adaptan a los nuevos tiempos? ¿Están en condiciones de encontrar respuestas o pistas ante los grandes retos que se les presentan?
Me temo que solas no. Se hace necesario tender puentes, crear espacios de diálogo para poder escuchar y palpar junto a ellas sus dudas, necesidades y aspiraciones y así avanzar hacia sus transformaciones.
En los últimos años, el movimiento de mujeres ha sido de los pocos que se ha mantenido vivo en reclamo de sus demandas. De ellas podemos aprender.
Pensemos un poco en solo algunas otras organizaciones. ¿Qué pasará con las centrales sindicales, los miles de desempleados y las nuevas formas de trabajo que han surgido? ¿Qué va a pasar con las organizaciones y cooperativas de productores en el campo?¿Qué ha pasado con las organizaciones barriales y juntas de vecinos en las ciudades? ¿Dónde está el movimiento de clubes y organizaciones juveniles?
¿Qué piensan las organizaciones que trabajan por el medio ambiente, cómo están y qué piensan las ONG locales?
Solo por poner algunos ejemplos. Si queremos que las organizaciones sociales se relancen y no sucumban, por algún lado hay que empezar a tender puentes.
Se nos ocurre la posibilidad de comenzar a crear nuevos espacios de diálogo y de encuentro con pequeños y medianos empresarios, con pequeñitos negociantes que se han reinventado en medio de la crisis, con aquellos cuyos negocios quebraron, con las organizaciones de mujeres, de barrios, con productores y cooperativas del campo, profesionales, organizaciones ecológicas y con jóvenes.
Para ello harán falta sociólogos, antropólogos, economistas, filósofos y otras profesiones que puedan aportar sus miradas y ser parte del reto.
Es hora de abrirnos para escuchar sus sueños y carencias y junto a ellos y ellas, iniciar una especie de carpintería reorganizativa. Necesitamos nuevas formas de comunicarnos, de ser solidarios, para poder avanzar hacia propuestas viables que les den poder de participación social, política y económica en el escenario nacional.
Solos y solas seguiremos siendo débiles. Por eso, como decían en los campos, “entonces hay que rejuntarse”.
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