El discurso de odio
Cuando se usaban palabras descompuestas para otros, no nos detuvimos.
Cuando casar a una hija o hijo era el momento que muchos encontraban idóneo para el acribillamiento, no hicimos nada.
Cuando celebrar la entrega de un anillo de compromiso era usado para los «con mi dinero», no dijimos nada.
Cuando el duro momento de enterrar a un padre, amigo o hermano era la pizarra perfecta para escribir insultos, y señalar como un merecimiento, como si la muerte solo le tocará a los que decidimos que son los malos, no pusimos un freno.
Cuando sobrepasamos los límites de los chistes y las burlas, para convertir el respeto y la solidaridad en un meme, aplaudimos y reímos con el dolor del otro.
Cuando olvidamos la humanidad y la dignidad de quienes asumen funciones públicas, sin pensar en nada ni nadie, acudimos en silencio a la degradación del debate.
Entonces, el discurso de odio ha corroído cada espacio.
Cuando lo vimos en la acera del frente no entendimos que el llamado a la calma, a la decencia y a otra política nos haría falta. Que esta falta de conversación sobre política dentro de la «política», era un derrotero despiadado que nos alcanzaría a todos, tarde o temprano.
Y todos tenemos razones para celebrar y sufrir, a quien festejar o enterrar.
Ojalá pongamos atención y empecemos a cambiar los niveles y tonos de la conversación.
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