El costo de la verdad
En corporaciones mediáticas, cuyo fin principal es la recaudación de recursos a través del cobro por publicidad, el compromiso con la verdad y la objetividad termina siendo un papel arrugado en un vetusto cajón.
No puede haber, ni lo hay, mayor compromiso que el que se tiene con quien paga para sostener y generarle ganancias a esos medios de comunicación.
Así pues, en grandes medios, cuando cierta información afecta intereses de una amiga empresa anunciante, aplican la letal táctica del silencio.
En esos casos, la imparcialidad, objetividad, el derecho a saber, a informar, a tener acceso a la verdad se guardan exclusivamente para colocarlos en enérgicos párrafos en las faldas de un editorial gastado el Día del Periodista o de la Libertad de Prensa.
La censura es un yunque. Y el silencio, que se convierte en complicidad, es tan contaminante como el plomo en el medioambiente.
Para lidiar con esto, en Europa, Norteamérica y otras latitudes del planeta, periodistas se han organizado para crear medios verdaderamente independientes financiados únicamente por ciudadanos.
La libertad de prensa tiene un costo, la verdad tiene un costo. En esas regiones, el ciudadano está consciente de ello y aporta, y no necesariamente grandes cantidades. Se trata de un financiamiento colectivo. El compromiso, pues, del medio termina siendo con la población, no más.
De esta manera, el ciudadano patrocina la verdad y aporta a la democracia de su país, porque en esos medios se denuncia o se expone lo que otros ignoran por conveniencia.
Espacio pagado
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