El aroma del hastío
Tras la defección de los guardianes de la Constitución, de los defensores a sangre y muerte de los derechos ciudadanos, de los portadores de la verdad, centinelas de la patria que enarbolaban grandilocuentes discursos contra la malevolencia y la corrupción, han surgido nuevos estamentos de lucha.
Si a la verdad le queda honor, ¡en honor a la verdad!, la ciudadanía nunca ha tenido participación en la llamada «participación» supuestamente ciudadana. Ya no preocupa el latrocinio, tan evidente estos días. La plaza quiso parir una revolución y no pudo, pues siempre estuvo preñada de oportuno oportunismo.
Los movimientos perseguían los emolumentos. Lo que dolía en el alma y en la patria, ya no duele. Todo está curado y resuelto, después de que sus nombres fueron bordados en la nómina pública.
Abandonados al oprobioso destino de la miseria, la desigualdad, el desamor y el atropello, germina entre los olvidados un sentimiento de indefectible lucha, de irrenunciable defensa de la dignidad ante la humillación.
Por ahí anda, late, crece, vuela, susurra, va de boca en boca: en Azua, en San Juan, en Barahona, en Santiago, en la capital. El aroma del hastío va inundando las almas.
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