Dorian no quiere ver
El entusiasta Gobierno, al despuntar un nuevo año, se regodea en comparaciones. Récord por allí, cifras por acá. Trae el circo árabe a la ciudad: «Pase a ver lo nunca visto», invitan los juglares.
Mejor que hace tres años. Todo es extraordinario, inverosímil, grandioso. La cohorte deshace las palmas en aplausos insondables. Lo irreal maravilloso exalta a los corifeos.
Ajenos a una verdad ineluctable, el avance y el progreso se tuestan en la piel de los diarios. La caligrafía embellece el muladar.
Pero la realidad consume las cifras y devora el récord. La pobreza campea, la desigualdad otea. La injusticia social es otitis que estalla en los oídos. Muere la calidad de vida. La champaña embarra los pisos en grandes salones, como la sangre mancha la tierra en barrios en que señorea la violencia.
La felicidad del pueblo es el retrato que Dorian no quiere ver.
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