Del sermón al sufragio con el mazo dando
¿Los han visto? Defienden a ciegas ideas que, en la práctica, atentan contra sus propios derechos. En conversaciones, en redes sociales, en los supermercados, y hasta en las iglesias, uno puede escuchar discursos salidos del librito de las contradicciones: exigen justicia, pero apoyan políticas que excluyen; piden valores, pero celebran la crueldad; hablan de familia, pero toleran gobiernos que quiebran el futuro de cientos de miles de niños y niñas.
Disfrazan de «orden» y «respeto a las leyes» lo que en realidad son prejuicios, criminalización de la diferencia y mecanismos que perpetúan la desigualdad.
En parte es el resultado de años —décadas— sin una verdadera educación política. Y ahí es donde los partidos, especialmente los llamados progresistas, tienen una deuda enorme con su militancia y con sus países.
Porque hay que enseñar que no se puede decir que la gente te importa y, al mismo tiempo, votar para destruirles la vida: su retiro, su salud, la educación de sus hijos.
No se puede rezar mientras se aprueba, sin pestañear, que la deshumanización y la crueldad se conviertan en política de Estado. En República Dominicana y en otros lugares.
La misma gente que exige que las mujeres no tengan derecho a decidir sobre sus cuerpos bajo ninguna circunstancia guarda silencio cuando se reduce la inversión en educación pública, se recorta el presupuesto de los alimentos escolares o se encierra a niños —incluso recién nacidos— en centros de detención o “camionas”, sin condiciones mínimas de dignidad.
Les asustan palabras como progresismo, bien común o justicia social, pero no les tiembla el pulso para respaldar medidas que dañan, que marginan, que empobrecen aún más a quienes ya viven sometidos al olvido y a la pobreza.
Por eso, educar políticamente a la población no puede ser una tarea secundaria. Los partidos tienen la responsabilidad de formar a su militancia y a la ciudadanía en general.
Más allá de pedirles que no compren en tal o cual tienda —como se hace en algunos países llamando al boicot de grupos poderosos—, hay que llevarlos a entender qué hay detrás de cada decisión política.
Porque el populismo siempre termina pasando factura… y sí, también a quienes creen que la destrucción no llegará a sus puertas.
El “voto de castigo”, lo he dicho muchas veces, es una tontería emocional que siempre termina saliendo cara. Y quien no comprende su poder, siempre estará condenado a entregarlo a quienes en cualquier momento lo usarán en su contra. Rezan y disfrutan el sufrimiento del otro. Todo a la vez. Del sermón al sufragio y con el mazo dando.
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