De Ayotzinapa a Guayaquil
La historia se repite de forma impenitente.
En México, la noche del 26 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de pedagogía fueron secuestrados por agentes de la Policía, quienes, según la versión de la Procuraduría General de este país, entregaron los estudiantes a una agrupación criminal, que posteriormente los asesinó y quemó sus cadáveres.
Así de cruentos fueron los hechos sucedidos durante el Gobierno del tristemente célebre presidente mexicano Enrique Peña Nieto. Diez años más tarde, en 2024, la atrocidad se reedita en Guayaquil, Ecuador.
Cuatro adolescentes de 11, 14 y 15 años que salieron a jugar a la pelota fueron secuestrados por militares del Gobierno de Daniel Noboa. Todos fueron hallados quemados, torturados y hasta decapitados.
Las autoridades, que en principio quisieron ocultar el crimen acusando a grupos pandilleros, tuvieron que reconocer posteriormente que el secuestro, como se muestra en videos, fue perpetuado por agentes militares.
Ecuador lleva varios años imponiendo récord de muertes por violencia, alcanzando en 2023 casi 7,600 muertes violentas.
El resurgimiento de bandas criminales, declive económico, abandono de políticas sociales y debilitamiento institucional, comenzó a partir de 2018, con la salida del poder del expresidente Rafael Correa, en cuyos gobiernos Ecuador pasó de 18 a 6 homicidios por cada 100,000 habitantes desde 2008 hasta 2018, según cifras del Banco Mundial.
Tras los recortes públicos, el desorden y la violencia de Estado que hoy encabeza el outsider Daniel Novoa, muchos jóvenes reencuentran en la delincuencia su sustento económico.
Varios estados en Ecuador aún viven bajo toque de queda ordenado por el Gobierno. Hoy, con un sistema de partidos penosamente debilitado, con crisis social y económica, el pueblo ecuatoriano vive en el desconcierto.
Y así toda la región en donde se instalan regímenes autoritarios, que abandonan las políticas públicas que ayudan a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
En cambio, desde el Gobierno se narran relatos envueltos en mentiras, amparados en un rancio nacionalismo, judicializan la política y auspician un circo mediático-farandulero que presenta a los actores políticos en actividades triviales y jocosas, las cuales buscan cubrir con cemento la descarnada realidad de los de abajo, que terminan siendo manipulados.
Mientras tanto, de Ayotzinapa a Guayaquil, la sangre sigue corriendo en la América sufrida.
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