Como cuando Roma
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La crucifixión era el peor castigo que podía infligirse a alguien en la época romana. Conllevaba incluso el quiebre de las rodillas con lo cual el peso del cuerpo quedaba pendiendo de los brazos. Magistral, Saramago describe el proceso en su novela El Evangelio según Jesucristo, en la cual el Nobel portugués bellamente desacraliza y humaniza.
Colocado Jesús entre dos ladrones, se lo ofendía aún más. El vinagre, la corona de espinas, el lanzazo en el costado, todo apunta a las locuras a que llega el ser humano una vez se lo convierte en monstruo con fanatismo y propaganda.
Contra Jesús no hubo juicio. ¿Cuál podría haber? Pero hubo condena. Y Pilatos hasta hizo de “independiente”. Había que satisfacer al poder. Jesús, por su parte, absolvió a uno de los supuestos ladrones. No hay constancia de que condenara al otro.
Hoy no hay crucifixión pero persisten el odio y el veneno elevados a política de Estado como cuando Roma, con fariseos y Sanedrín incluidos.
Hoy no hay crucifixión pero el Poder opera igual. Si no, mire lo que pasó con Lula y Dilma en Brasil. O el asesinato de George Floyd en Estados Unidos.
No tenemos crucifixión, pero quitamos ayudas, subimos precios para aumentar ganancias y diseminar hambre, despojamos y anulamos al otro alimentando el fanatismo. El otro hoy no es Jesús, sino el haitiano, la mujer que defiende sus derechos; el ladrón es el otro, yo soy puro… Y así seguimos, como cuando Roma.
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