Clandestinas del absurdo
En la medida que van creciendo se van enterando como son y están organizadas las cosas, descubren que hay controles y roles para chicas y chicos, que ellas encabezan el reparto temprano de miedos e inseguridades y que llorar les pertenece.
Afortunadamente, muchas se libran porque han nacido en hogares en el que el padre y/o la madre son conscientes del absurdo del desamor hacia ellas y con enormes dosis de amor y esfuerzo permanente, las educan para ser libres y soberanas.
Pero fuera están, implacables, la escuela, los medios de comunicación, los amiguitos y amiguitas, la universidad, el lugar de trabajo o negocio y otras muchas la pareja, para reinstalar a la fuerza el absurdo hecho ley y costumbre.
Así, a muchas no les va quedando otra alternativa que aprender a vivir o a guerrear en clandestinidad y en soledad sus ilusiones, tristezas y desamores, posponiendo y a la espera de un futuro de libertad y plenitud que no alcanzan hasta después de ser madres divorciadas o separadas, de alcanzar bienestar económico por si solas, de casar a sus hijos o ser abuelas pensionadas.
Una felicidad tardía o que nunca llega.
Un absurdo convertido en tragedia por tanta espera y años de vida malgastados, que el Estado (gobierno, congreso y justicia) bien pudiera ayudar a evitar si quienes lo dirigen tuvieran amor por ellas y no se refugiaran en la indiferencia.
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