Boric
Temo decepcionar a unos y a otros que esperan/temen/desean que la presidencia de Gabriel Boric en Chile sea una reedición de la Unidad Popular 1970-73 que encabezó Salvador Allende, en naturaleza, ritmo y retórica.
Son otros estos tiempos -sobra decirlo, y es mucha la sabiduría acumulada por las fuerzas económicas, sociales y políticas chilenas -me consta- en el análisis y estudio de su historia, en particular la de los últimos 50 años.
Los chilenos y chilenas conocen muy bien los que han sido sus aciertos, frustraciones y errores. Aprendieron muchas lecciones.
Chile ha sido siempre muy Chile, para que pretendamos -inútilmente- encasillarle y formular pronósticos, ignorando el efecto del hastío y del coraje en el ánimo popular. El cambio viene gestándose en Chile desde hace muchos años.
La movilización y articulación social de chilenas y chilenos que se expresó electoralmente victoriosa el domingo, no ha sido movida por la intención redentorista (demonizadora/sacralizadora), sino por la ampliación concertada de derechos sociales.
En palabras del presidente Boric: «Vamos a expandir los derechos sociales y lo haremos con responsabilidad fiscal. Lo haremos cuidando nuestra macroeconomía».
En Chile ha triunfado una confluencia de voluntades de origen muy diverso (inteligentemente lograda) que tendrá la oportunidad de procurar un mejor vivir para abuelos y padres, mujeres, pueblos originarios, comunidad LGBTI, una mejor gestión del agua, garantizar una extracción minera amigable con el medioambiente, acceso educación y a humanizar la salud.
La agenda de cambios de los movimientos sociales y partidos que ganaron el derecho a gobernar, ecologista, feminista y democratizadora «va requerir acuerdos amplios y, para durar, tendrá que ser peldaño a peldaño para no desbarrancarnos ni arriesgar lo que cada familia ha conseguido con su esfuerzo», ha adelantado el presidente Boric.
Como tenía que ser: dicha agenda será punto de partida, camino y no destino, para alcanzar lo posible.
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