Bella Ciao
Decepcionados y molestos con sus primeros ministros, los pueblos europeos aprovechan la primera oportunidad para desembarazarse de ellos. Lo hacen votando a políticos con soluciones de extrema derecha, populistas de derecha, neofascistas o algo muy parecido.
A los gestores de la derecha y la izquierda moderada los perciben como indolentes e insulsos, incapaces de atajar los altos precios de los alimentos, de los alquileres y de la energía, presurosos de seguir los diktats de Bruselas y ajenos a las angustias nacionales.
A tal descontento se suma el enorme desempleo juvenil, los empleos precarios, las limitaciones para iluminarse, bañarse, cocinar y calentarse de las frias temperaturas.
Huelgas, protestas, bloqueos de vías, paralización de puertos, aeropuertos y fábricas, quiebras de negocios y empresas, desahucios, no paran desde finales del año pasado.
El conflicto “construcción de bienestar con políticas neoliberales” venía mostrando impactos devastadores en el Estado y en la sociedad europeas, agravados por el COVID-19 y que la desglobalización conflictiva liderada por EE.UU., exacerbada por la guerra en Ucrania, ha tomado a las élites europeas por sorpresa y sin respuestas.
Al ver su cotidianidad alterada, su normalidad perdida, los pueblos europeos abrazan con nostalgia anclas imaginarias que ni son ni volverán, porque ya no están.
Lo cierto es que el otoño llegó y que el invierno podría ser peor.
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