Aquí no hay quien viva
Las redes sociales no son diferentes a cualquier vecindario. Cada tanto se muda gente nueva, otros se van, se arman encuentros, se brinda con café, se habla de la serie o novela y, por supuesto, se acaba al que no nos gusta.
Como en los vecindarios, hay que entender que a todos les llegan sus desgracias y que cada quien vive sus alegrías y tragedias como sabe, como le toca y como puede.
Poco a poco, y con el paso del tiempo parece empeorar, se han vuelto norma y cultura el irrespeto, la desconsideración y clavar estacas públicamente. Una acción atroz que, tarde o temprano, nos tocará a todos sufrir. De eso no se salvará nadie.
Hemos perdido la sensibilidad. El morbo nos arrebató la empatía y aquello de ponerse en los zapatos del otro.
Día tras día asistimos a un nuevo evento despiadado, a la celebración de las desgracias ajenas.
Enfermedades, atracos, suicidios y cualquier otro evento negativo se convierten en la base de las burlas y en la puerta de salida de la poca humanidad que adorna a muchos. No importa quién, no importa cuándo. A todos les toca una taza.
Y esto ocurre fuera y dentro de la política. Lo resalto para, una vez más, limpiar lo que ella es y hace, para que se note que no es cierto que lo peor viene de ella. Parece ser una misión para cumplir, una tarea de aplastar moralmente al adversario, como mencionó Nassef Perdomo hace unos días.
Cuando no quede moral intacta.
Cuando todos quedemos en los huesos.
Cuando no haya nada que salvar.
Cuando las heridas nos impidan pensar y vivir desde la nobleza y la solidaridad.
Cuando todos quedemos heridos.
¿Qué pasará?
No es aquella serie española llena de gracia. Es que el vecindario se está convirtiendo en un campo de batalla cruel donde, como explicó Rocío Díaz en su artículo, nadie regula nada.
Definitivamente, en las redes no hay quien viva.
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