A mí, no hay quien me diga
Lo previsible no es sorpresa. Se sabe de antemano que puede suceder. Es decir, que están presentes (o reunidas) las condiciones para que un hecho ocurra.
Lo sorprendente sería que no ocurriera hoy, mañana o pasado.
Si se veía venir, no hay excusas para la imprevisión.
En estructuras como el Estado, las empresas privadas y el mismo cuerpo humano, que operan bajo procesos, protocolos y normas bien definidas y establecidas, no hay posibilidad de tal ceguera, porque las alarmas van advirtiendo como sensores, señales van diciendo, lo que se avecina.
Si el Estado descuartiza su burocracia, si las empresas eliminan criterios de calidad en la compra de insumos, o si la persona ingiere muchos azúcares y grasas, el daño ocurrirá tarde o temprano.
Que no se quiera ver es otra cosa: irresponsabilidad, indiferencia, estupidez o falta de voluntad.
Desde el poder se acostumbra a dosificar los malos pronósticos para no inquietar a los ciudadanos y para evitar espantar a los mercados que son, a su decir, muy temperamentales.
Lo que se avecina en Europa es terrible si no hay una negociación con Rusia para eliminar las sanciones y no bajan las tensiones con China. Nuestro país puede ver afectado el turismo, importaciones, pago de servicio de deuda y la agricultura.
Era previsible, pero no importó.
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