El valor político de la verdad

10-11-2020
Política
Ojalá, República Dominicana
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Además de un discurso basado en defender la democracia, la esperanza, la decencia, la ciencia y la verdad, Joe Biden y Kamala Harris lograron ganar las elecciones gracias a la tozuda ceguera de Donald Trump, quien se arrojó por completo a la corriente de la posverdad hasta verse ahogado en ella.

La tensa campaña electoral, con obvio eco mundial por todo lo que estaba en juego, ha sido una confrontación de verdad. Ello ha sido así no sólo porque haya sido dura la competición de cara a sacar delegados propios para el “colegio electoral” que ha de votar a quien asuma la presidencia, sino porque ha estado en juego la verdad en y de la política estadounidense.

Y ésta es, sin duda, cuestión fundamental, ya que la cuestión de la verdad no es solamente asunto epistémico, sino que también es cuestión moral y problema político de primer orden.

Lo que se ha venido en llamar posverdad ni empezó con Trump, ni desgraciadamente va a terminar con él.

Es como un vicio generalizado de la política contemporánea que será muy difícil de erradicar, pues ella se da en condiciones tales que la perversión que supone la fabricación constante de mentiras, como proceso de fuerte incidencia social, organizado mediáticamente, políticamente promovido y rentabilizado, sobre el soporte de las tecnologías de la información, con intenso uso de las redes sociales; situación que no parece que vaya a diluirse.

Ni las circunstancias cambian como para que no se dé esa grave malformación enquistada en una acrecentada “sociedad del espectáculo”.

Ni hemos pasado a un contexto político en el que las condiciones no empujen a la manipulación de las emociones, a la simplificación de los mensajes, a las adhesiones incondicionales al líder, al desecho, en definitiva, de la verdad, incluida la verdad respecto a los hechos, como valor de relevancia política.

En todo ello, Trump ha sido un campeón, maléfico campeón, impulsor de una (i)lógica de posverdad en que mentir con descaro, entrar en flagrante autocontradicción o despreciar los hechos o los discursos que pudieran explicarlos fehacientemente –como las explicaciones científicas en torno a la COVID-19–, para ubicarse en el más cínico negacionismo, no le ha importado en absoluto.

Es más, ha tratado de sacar máximo rendimiento a todo ello. Después de todo, Trump, para auparse a la presidencia que tan malignamente ha desempeñado, contó con el apoyo de grupos mediáticos como el de Fox News, del imperio levantado por Rupert Murdoch, el que ha funcionado bajo el lema de que “tenemos que fabricar las noticias, no informar”. 

Y antecedentes lejanos y próximos tuvo el populismo trumpiano, pues a tal estilo de manipulación mediática respondía aquella declaración de Karl Rove cuando, al servicio de George W. Bush, dijo que “somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad”.

En esa estela, con una posverdad que relanzaba esas prácticas en edición corregida y aumentada de las mismas, ha estado situado Trump con su histriónica política –hasta que la misma cadena Fox le dejó solo con su patética figura reivindicándose ganador de los comicios contra la abrumadora evidencia de los datos últimos del recuento–. 

Sumergirse de lleno en la dinámica de la posverdad requiere continuas dosis de “noticias falsas”, de fake news, las cuales, como señala el filósofo norteamericano Lee McIntyre, no son falsas porque sean erróneas, sino porque deliberadamente se producen para falsear la realidad, para distorsionarla, encubrirla, reconfigurarla con otros trazos de forma que se imponga el sesgo cognitivo que marca una engañosa apariencia.

Trump, inmerso en sus mentiras, ha venido a verificar lo que Debord constató en ese mentir a gran escala: “el mentiroso se engaña a sí mismo”. 

Para conocer de manera más amplia los interesantes planteamientos de José Antonio Pérez Tapias, te invitamos a leer el artículo que publicó en Contexto y Acción, titulado: «Y Trump se ahogó en su posverdad«.