La Cumbre del Clima de Glasgow servirá, pero no resolverá
Para muchos de nosotros, las palabras de los políticos convocados a la COP26 en Glasgow son como un eco retardado de lo que llevamos 30 años diciendo. 40 años si nos remontamos al informe del meteorólogo Jule G. Charney, o más de un siglo si revisamos las publicaciones de diversos científicos que cuantificaron los impactos de quemar carbón y petróleo en la temperatura de la atmósfera.
Los resultados empíricos revelan que, por un lado, una mayor intensidad energética contribuye a una mayor emisión de gases de efecto invernadero, además de que la incertidumbre de la política económica afecta negativamente a la calidad medioambiental, especialmente la relativa a la atmósfera y, por último, que refuerza el efecto perjudicial de la intensidad energética sobre las emisiones de CO2. Las conferencias de cambio climático apenas abordan la incertidumbre económica, con lo que, de entrada, se dejan un ingrediente esencial fuera de la agenda.
Las cumbres del clima son cruciales, pero desesperantes. Estas conferencias de cambio climático amparadas por la Organización de Naciones Unidas se plantean como la última oportunidad para actuar. Sin embargo, mientras se suceden una tras otra cada año, el contenido de gases de efecto invernadero en la atmósfera y el consiguiente calentamiento del clima continúan aumentando.
El proceso de toma de decisiones se rige por el consenso, lo que significa que el ritmo lo marca el menos dispuesto. A pesar de ello, las COPs siguen desempeñando un papel crucial. Por un lado, algunas han hecho historia, como la COP21 en la reunión de París de 2015, donde los países se comprometieron a mantener el aumento de la temperatura de la Tierra desde mediados del siglo XIX muy por debajo de los 2 °C. No olvidemos, además, que la ciencia, la diplomacia, el activismo y la opinión pública que apoyan las cumbres, las convierten en el mejor mecanismo que tiene el mundo para aceptar y analizar una verdad fundamental.
El sueño de un planeta de casi 8.000 millones de personas viviendo con comodidad material será inalcanzable si se basa en una economía impulsada por el carbón, el petróleo y el gas natural. Esa realidad, tan evidente para muchos, no acaba de traducirse en acciones directas y todavía hoy más del 80% de la inmensa cantidad de energía que consumimos a diario proviene de quemar combustibles fósiles.
Hasta que este mensaje se asimile globalmente y venga acompañado de acciones políticas y económicas decididas, el objetivo de mínimos al que puede aspirar una COP como la de Glasgow es que los países europeos acompañados por unos pocos más tomen medidas audaces y rápidas ,que no puedan ser frustradas por los demás.
La COP26 no resolverá el cambio climático. Pero con un poco de suerte servirá para tres objetivos que están alineados con esta meta distante y todavía utópica: abordar con éxito el reto de los 1,5 °C (es decir, quedarnos muy por debajo de la temperatura atmosférica de alto riesgo), cumplir con la financiación de unos 100.000 millones de dólares para que los países en desarrollo puedan adaptarse al cambio climático, y establecer un nuevo acuerdo respecto al artículo 6, el polémico artículo de los mercados de carbono que permite negociar emisiones entre países.
Europa es la gran esperanza, de hecho, la única región del planeta que ha moderado significativamente sus emisiones de CO2 en las últimas décadas y que ha subido sus expectativas de reducción de un 40 %, a un 55 % para 2030 en su programa estrella reúne herramientas técnicas novedosas y un paquete de revisiones regulatorias y fiscales para alcanzar esta meta de reducción de emisiones a tiempo. Pero nuestro continente descuida las emisiones que se generan por su causa fuera de sus fronteras y Europa tan solo representa una parte, y no precisamente la más grande, de las emisiones totales. Por ello, puede tener un papel más importante como agente negociador e inspirador que por su contribución neta y directa a la reducción de emisiones.
Lo que podemos asegurar es que la COP26 elevará una vez más las presiones sobre nuestros políticos para actuar con valentía, anteponiendo la evidencia científica sobre el cambio climático y la salud de las personas a los intereses económicos y partidistas. Veremos si las presiones por unos y otros bandos surten el efecto tan deseado como necesario en los acuerdos y podemos celebrar que Glasgow 2021 no pasa al cajón de la irrelevancia.