Redescubrir a José Saramago, a cien años de su nacimiento
“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea”.
Con esas emotivas palabras, el portugués José Saramago (Azinhaga,16 de noviembre de 1922-Tías, 18 de junio de 2010) iniciaba su discurso de agradecimiento tras recibir el Nobel de Literatura, en 1998, dedicado a sus abuelos analfabetos, Jerónimo y Josefa.
La Academia Sueca, por su parte, destacaba la capacidad del escritor portugués para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”.
Es que tanto en su obra literaria –monumental, por cierto– como en sus acciones cotidianas Saramago, también un activista de la palabra, había probado su negación indeclinable a la pasividad de contemplar el mundo sin denunciar sus injusticias y «alertar y cuestionar», a su vez, las evidentes «desviaciones» del capitalismo: su literatura es en sí misma una prueba de ese compromiso éstético y a la vez ético y político.
El nombre del autor, nacido en el seno de una familia de campesinos sin tierra, en Azinhaga, un pequeño pueblo ubicado en la provincia de Ribatejo, a unos cien kilómetros al noreste de Lisboa, hubiese sido José de Sousa si el funcionario del registro civil, por iniciativa propia, no hubiera agregado el apodo por el que se conocía a la familia de su padre en el pueblo: Saramago. El «saramago» es una planta herbácea espontánea, cuyas hojas, en aquellos tiempos, en tiempos de necesidad, servían de alimento en la cocina de los pobres).
La pobreza hizo que no hubiera libros en su casa –él mismo contaba que los libros comprados con dinero prestado por un amigo, solo pudo tenerlos a los 19 años– fueron los libros de la escuela los que lo iniciaron en el disfrute literario.
Muchos años más tarde, a sus 76, y tras haber dado forma a una obra ciertamente monumental, la consagración del Nobel haría del escritor una personalidad de trascendencia más allá de las fronteras de Portugal, convirtiéndolo en un “escritor del mundo”.
Saramago se autodefinía como un «comunista hormonal» pero se había distanciado públicamente de Cuba a partir del fusilamiento de tres disidentes cubanos que intentaron escapar a Miami, en 2003. Dijo entonces: «Me están diciendo que me he distanciado de la Revolución Cubana. Es que la Revolución Cubana se ha distanciado de sí misma».
Denunciaba, a su vez, los abusos del poder económico, y en ese marco peleaba por el fortalecimiento de la democracias: “Vivimos en una plutocracia, un gobierno de los ricos”, dijo hace dos décadas. «Las multinacionales están decidiendo nuestros destinos y están gobernando a nuestros gobiernos. Y que no me vengan con que no hay tiempo para debates ni con que cada uno está concentrado en ganarse el pan: ya se han dicho todas las excusas posibles, pero ésa es la discusión que nos debemos y debemos proponer los hombres y mujeres de bien», pensaba.
Cuando se le consultaba cuáles eran o podrían ser los mecanismos concretos con que cuentan los ciudadanos para enfrentarse a fuerzas tan visiblemente poderosas, azuzaba: «Hay que empezar por reconocer que vivimos en la mentira. Sólo en la medida en que iniciemos el camino del debate público, el de la participación cívica, el movimiento de centenares de miles de ciudadanos de todas partes en pos de la democracia y el respeto de los derechos humanos, estaremos haciendo algo por el futuro».
Ahora, la efeméride del centenario de su nacimiento se presenta como una oportunidad privilegiada para releerlo, así como lo es para la Fundación que preserva su legado y comanda su última compañera, la periodista y traductora Pilar del Río, para renovar y consolidar la presencia del escritor en la historia cultural y literaria, en Portugal y en el extranjero.
Es la misma Fundación José Saramago, con sede en Lisboa, la que impulsa los numerosos homenajes que se concretarán durante este año, organizados en varios ejes: su biografía, su producción literaria, sus intervenciones sociales y las ediciones y reediciones en marcha. Hasta aquí, ya se realizaron a nivel mundial más de 190 actos en más de 50 países. Y esto recién empieza.
Alberto Manguel fue uno de los primeros de una serie de renombrados escritores y oradores que participaron este año de las conferencias sobre el autor de El año de la muerte de Ricardo Reis, El evangelio según Jesucristo, Memorial del convento, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna y los diarios que componen Cuadernos de Lanzarote I y II, entre otras obras, así como también fue parte la premio Nobel de Literatura polaca Olga Tokarczuk.
En Argentina, la editorial Alfaguara confirmó a Clarín Cultura la reedición de todas las obras del escritor que en su último viaje al país, pese a estar incubando la enfermedad que le haría ingresar en un hospital al regresar a España, no quiso dejar de acompañar a las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo que iban a inaugurar un monumento con los nombres de sus desaparecidos.
Entre los últimos títulos publicados, La Viuda, El último cuaderno y Saramago. Sus nombres, de Alejandro García Schnetzer y Ricardo Viel, merecen un espacio destacado.
En el caso de La viuda, se trata de una novela que Saramago escribió a los 26 años, y que tiene como protagonista a una mujer que al morir su esposo debe abrirse camino como encargada de la finca que estaba a cargo de su marido, como madre y mujer que buscará una segunda oportunidad en el amor.
El último cuaderno recoge, en tanto, parte del blog personal que Saramago escribió entre el 23 de marzo de 2009 el 2 de junio de 2010, dieciséis días antes de morir en Lanzarote: prueba que hasta el final de sus días mantuvo encendido su un espíritu crítico, una actitud comprometida, una mirada amorosa y lúcida no exenta de humor.
Pilar del Río ofició como traductora del libro y es también la autora de uno de los prólogos (el otro prólogo es del escritor italiano Umberto Eco): allí subraya que éste no es un libro triste; a pesar de que muchos de los asuntos a los que se refiere el autor ponen al descubierto distintas clases de iniquidades actuales y del pasado. No pocas veces vemos aflorar su sentido del humor.
En cuanto a Saramago. Sus nombres, se trata de un álbum biográfico que reúne material inédito, fotografías y textos del escritor surgidos de sus libros y entrevistas, con 500 fotografías, muchas de ellas inéditas, y reúne 200 nombres que aluden al mundo del autor, a la historia de su familia y a sus influencias literarias.