A 112 años de Héctor J. Díaz
El 21 de enero de 1910 en la ciudad de Azua llegó a este mundo Héctor J. Díaz, quien más adelante, fue un férreo opositor al régimen del dictador Rafael L. Trujillo, por lo que se vio en necesidad de pasar sus últimos años en el exilio, en Nueva York, Estados Unidos.
Desde la infancia en su ciudad natal dio muestra de su oratoria y de sus dotes, declamando poemas.
Escritor, locutor, presentador artísticos y buen orador, brilló en el arte. Fue compositor, declamador y trovador.
Propulsor del arte y de los artistas en todos las regiones de la República Dominicana. También descolló como poeta romántico.
Escribió más de quinientos poemas, entre las que se encuentran Lo que quiero, Yo te amo así y La leyenda del negro haragán.
Compuso cientos de canciones, entre las que se encuentran: Tu Nombre, Dolores, Oh Paris y Entre tu amor y mi amor.
También merengues como: Mal Pelao, El negrito del Batey y Se murió Martín.
Produjo los programas radiales: Recordar es vivir, Serenata moderna, Cartas a la posteridad, Canción de la vida diaria, Tradiciones y Leyendas y supersticiones dominicanas.
Entre sus libros publicados se encuentran: Lirios Negros (1934), Flores y lágrimas (1935), Ritmos íntimos (1936), Plenitud (1943), Versos para una sola Noche (1946).
De esta última, la más conocida y requeté declamada es el poema: “Lo que quiero”:
Que nadie me conozca y que nadie me quiera
Que nadie se preocupe de mi triste destino
Quiero ser incansable y eterno peregrino
Que camina sin rumbo porque nadie le espera.
Caminar rumbo adentro, solo con mis dolores,
Nómada, sin amigos, sin hogar y sin anhelos,
Que mi techo sea el cielo,
Y mi lecho las hojas de algún árbol sin flores.
Que no sepan mi vida
Ni yo sepa la ajena
Que ignore todo el mundo
Si soy triste o dichoso.
Quiero ser una lágrima
En un mar tempestuoso
O un granito de arena
En inmenso desierto.
Cuando ya tenga polvo de todos los caminos,
Cuando ya este cansado de luchar con mi suerte,
Me lanzare en la noche sin luna de la muerte
De donde no regresan jamás los peregrinos.
Y morir una tarde,
Cuando el sol triste alumbre
Ascendiendo hasta el cielo
O descendiendo una cumbre.
Que mis restos ya polvo los disipen los vientos,
Para que cuando ella sienta remordimiento
No se encuentre mi tumba,
Ni me pueda rezar.
Fuentes: