El BCE anuncia el fin de las compras de deuda y una subida de tipos de interés del 0,25% en julio
Punto final de una era de la política monetaria en la zona euro. El Banco Central Europeo (BCE) cierra este jueves una etapa que Mario Draghi abrió a comienzos de 2014 en Ámsterdam, cuando en una conferencia en el Banco de Holanda mostró a los mercados su artillería para hacer frente a la penuria económica que vivía la zona euro: un extraordinario programa de compra de deuda que acompañaría de unos tipos de interés en terreno negativo. Nueve años después, la actual presidenta de la institución, Christine Lagarde, ha anunciado en la misma ciudad el fin de esa casi década de compras de deuda y tipos negativos ante una inflación galopante. En una clara señal a los mercados sobre sus prioridades, el Consejo de Gobierno del BCE acordó por unanimidad que el próximo mes de julio subirán los tipos de interés por primera vez en 11 años. Lo harán un 0,25%, pero serán el preludio de otro incremento, incluso mayor, en septiembre.
Mervyn King, exgobernador del Banco de Inglaterra, proclamó una vez que el sueño de todo banquero central es “ser tan aburrido como sea posible”. Christine Lagarde tenía encomendada este jueves la misión de no serlo. En sus manos va moviendo desde hace semanas tres bolas que no puede dejar caer. Una: los mercados deben convencerse de que la institución que preside hará cuanto esté en su mano para atajar la inflación. Dos: sus decisiones no pueden asfixiar un crecimiento ya mermado por la guerra en Ucrania. Y tres: debe atar en corto las primas de riesgo para evitar una catástrofe como la Gran Recesión. Sin embargo, el BCE se ha decantado ya por poner la inflación en el foco. “La elevada inflación es un gran desafío para todos nosotros. El Consejo de Gobierno se asegurará de que la inflación regresa al su objetivo a medio plazo del 2%”, ha arrancado Lagarde en su discurso.
El BCE ha ido a rebufo de los principales bancos centrales del mundo, que desde que se disparara la inflación han llevado a cabo, en su conjunto, unas 300 subidas de tipos. “Es frustrante que el BCE siga arrastrando los pies”, afirmaba antes de la reunión Charles Wyplosz, profesor del Graduate Institute de Ginebra. La subida de la inflación hasta el 8,1%, una cota jamás vista desde la creación del euro, impacientó a Berlín y al resto de los halcones, que llevan meses pidiendo seguir la estela de la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra. Hasta cinco de ellos fueron más allá y abogaron por una primera subida del 0,50% el mes que viene, mientras que desde Austria se urgía a actuar este mismo jueves.
Las palomas, que llevan casi ocho años marcando el paso, aceptaron. Pero pidieron hacerlo paso a paso, sin estridencias, para evitar que el crecimiento descarrile y su deuda pública se dispare, abocando a sus haciendas a dolorosos recortes como los de 2012. El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, había asentido ya en mayo públicamente con esa hoja de ruta, pidiendo que el proceso de subida de tipos sea “gradual”, evitando “movimientos abruptos”.
Las nuevas previsiones del BCE apuntan que la inflación en la zona euro será mayor que la prevista el pasado mes de marzo. Para este año, auguran un IPC medio del 6,8%, que bajará al 3,5% en 2023 y al 2,1% en 2024. Suficiente para emprender un proceso que la política económica —muy prolífica en la creación de eufemismos— llama “normalización”. Esta consiste en poner fin el día 1 de julio al programa de compras de activos (APP, en sus siglas en inglés), que desde 2014 ha inundado el mercado con adquisiciones de deuda por 3,4 billones de euros. A su vez, el BCE dirá adiós a una era que se recordará porque los ahorradores perdían dinero con sus depósitos y los inversores pagaban por prestar al Estado. Lagarde anunció que la reunión de julio adoptará la primera subida de tipos de interés, de 0,25%, y que será un primer paso en un camino cuyo final aún no se ha discutido.
La francesa puso fecha también al segundo paso: septiembre de 2022. A la vuelta de verano se habrá acabado por completo la era de los tipos negativos —ahora la facilidad de depósito está en el -0,5% y los tipos de interés en el 0%—. La clave está en cuánto subirán. Y si bien las palomas se han apuntado el tanto de acotar la subida de julio al 0,25%, los halcones han logrado abrir la puerta a un incremento del 0,50% en septiembre. Dependerá de las proyecciones de inflación a medio plazo. “Si las perspectivas persisten o empeoran, un incremento mayor será apropiado”, ha afirmado Lagarde. A partir de ahí, el Consejo de Gobierno anticipa “una senda gradual, pero sostenida, de nuevas subidas de los tipos de interés”. El sur, sin embargo, vive aún bajo el síndrome Trichet, quien en 2008 y 2011 resbaló con subidas a destiempo. “Habrá debate”, auguran desde la Europa meridional.
El anuncio de Lagarde no ha sido suficiente para los mercados: las bolsas han cerrado en rojo y el euro vuelve a ceder ante el dólar. En cambio, las primas de riesgo de España, Portugal, Italia y Grecia escalaron. Y ahí está el temor del BCE: que una política monetaria más dura signifique castigar a la deuda periférica justo cuando se cumplen diez años del rescate de la banca española. Lagarde, muy pegada la literalidad de un texto aprobado de forma unánime, ha ensayado la rotunidad del whatever it takes de Draghi. “No vamos a tolerar la fragmentación que impida la transmisión de la política monetaria a través de toda la zona euro. Hemos demostrado en el pasado, y lo haremos en el futuro: desplegaremos nuevos instrumentos cuando es necesario”, ha afirmado.
El otro riesgo de la política emprendida por el BCE es que pueda provocar una recesión. No es el escenario con el que trabaja la institución, que este jueves ha actualizado sus proyecciones para la zona euro. Y no son demasiado halagüeñas. Los economistas del Eurobanco creen que el Producto Interior Bruto (PIB) de la zona euro crecerá el 2,8% en 2022 (0,9 puntos menos que en marzo), el 2,1% en 2023 (0,7 puntos menos) y el 2,1% en 2024 (medio punto más).
Ese recorte de las previsiones se debe, según Lagarde, a los altos costes de la energía, el deterioro del comercio, la mayor incertidumbre y el impacto de la inflación en los ingresos. La guerra en Ucrania y las nuevas restricciones en China han acabado por atraer más nubarrones. Sin embargo, la reapertura de los sectores más afectados por la pandemia y el ahorro acumulado durante la pandemia actúan como colchón. También la inflación empeora. No solo el IPC, sino también la subyacente, que excluye los precios de la energía y los alimentos. Según el BCE, esta será del 3,3% en 2022, del 2,8% en 2023 y del 2,3% en 2024.