Zuckerberg y el espejismo de la superinteligencia al servicio de la gente
Tras casi tres años hablando sin descanso de inteligencia artificial, ya casi suena a cliché recordar que esta tecnología se alimenta de la humanidad misma.
Lo que producimos, lo que publicamos y hasta lo que creemos olvidado en alguna esquina de internet termina convertido en insumo para modelos que prometen revolucionar la vida, pero que al mismo tiempo levantan sospechas cada vez más fundadas.
El caso de Meta es ilustrativo. No es secreto que esta compañía siempre anda al filo de lo legal y lo ético, y en días recientes volvió a dar de qué hablar: todo lo que compartimos en sus plataformas puede terminar convertido en alimento para sus algoritmos, y cuando alguien cree que ha visto lo peor, aparecen revelaciones más incómodas, como el uso de material pornográfico pirateado para entrenar modelos de inteligencia artificial y distribuirlo estratégicamente en redes descentralizadas.
Escándalos de ese calibre no sorprenden a nadie que haya seguido la historia de Meta después de Cambridge Analytica, pues se trata de un historial tan accidentado que convierte a la empresa en sinónimo de desconfianza.
Aun con la reputación que le precede, Mark Zuckerberg insiste en vendernos una visión casi mesiánica al hablar de una superinteligencia diseñada para servir a los intereses de la gente, con lentes inteligentes como puente entre el individuo y el conocimiento total.
Suena atractivo, hasta inspirador, pero basta con observar su récord ético para que la desconfianza supere cualquier fascinación.
A fin de cuentas, la misma empresa que promete democratizar la inteligencia artificial es la que, al mismo tiempo, acumula acusaciones de espionaje, manipulación y robo de datos.
La narrativa de Zuckerberg parte de un paralelismo forzado: hace dos siglos, dice, la humanidad se preocupaba por sobrevivir a las cosechas; hoy, gracias a la tecnología, podemos enfocarnos en metas personales.
Bonito en teoría, ingenuo en la práctica, porque mientras él predica progreso y abundancia, la realidad nos recuerda que gran parte del mundo aún sobrevive al día, atrapado en la subsistencia y en un sistema cada vez más desigual.
Meta, por supuesto, sigue su carrera por el talento en Silicon Valley, arrebatándole ingenieros incluso a gigantes como Apple. El propósito de esta acción es claro, ya que se trata de una forma acelerar su carrera hacia la superinteligencia.
La pregunta es si esa superinteligencia servirá realmente a la humanidad o, como ya es costumbre en la historia de Meta, servirá primero y sobre todo a sus propios intereses.
El futuro de la inteligencia artificial no puede quedar en manos de quienes han demostrado que la ética es un estorbo. Si dejamos que compañías como Meta marquen el rumbo, el resultado no será progreso colectivo, sino una nueva forma de sometimiento disfrazada de innovación.
La verdadera decisión no está en los laboratorios de Silicon Valley, sino en la sociedad: o exigimos reglas claras y transparencia, o aceptamos convertirnos en materia prima de un sistema que, bajo la promesa de servirnos, terminará devorándonos.
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