Redes sociales: un caos imposible de domar
Llevamos más de una década intentando lo mismo: regular las redes sociales. Tras tantos fracasos, ya debería quedarnos claro que estos espacios, nacidos bajo el estandarte de la libertad de expresión y la democracia, simplemente no pueden ser controlados.
Hoy, las redes son mucho más que plataformas para compartir fotos o pensamientos fugaces. Son parte integral de nuestra existencia digital y social, y reflejan, para bien o para mal, quiénes somos como sociedad. Pueden ser herramientas de crecimiento, educación y conexión, o convertirse en escenarios de agresión, manipulación y caos, dependiendo del uso que les demos.
En ellas confluyen la creatividad, la política, la opinión pública, las relaciones humanas y también el lado más oscuro del comportamiento humano. Es un terreno fértil para la desinformación, los insultos, las calumnias y las teorías conspirativas. Basta con pasar unos minutos en cualquier red para ver cómo circulan mensajes de odio, ataques personales y debates vacíos cargados de rabia.
Contario a lo que pudiera pensarse, las redes sociales no crean estos comportamientos, sino que los amplifican. Son espejos de la complejidad humana, con todos sus matices. Así como tenemos la capacidad de aportar y construir, también podemos dividir y destruir. Es ese contraste, ese abanico emocional tan amplio, es lo que vuelve tan difícil – por no decir imposible- establecer controles justos y efectivos.
¿Cómo definimos con precisión qué es odio? ¿Qué palabras merecen censura y cuáles no? Aunque en teoría existen definiciones legales y normas de uso, en la práctica todo se vuelve subjetivo, contextual y emocional. Un insulto genera otro, y la mayoría de la gente no sabe debatir sin caer en lo personal, lo que alimenta un ciclo tóxico sin fin.
¿Y qué decir del llamado “discurso de odio”? En los últimos años, muchas veces se ha confundido con simples ideas incómodas. En nombre de agendas ideológicas, se ha usado como excusa para silenciar opiniones disidentes, degradando así el verdadero valor de la libertad de expresión.
Es un hecho que hay una diferencia entre libertad y libertinaje, pero trazar esa línea no siempre es fácil; menos aún actuar con equilibrio para evitar excesos sin caer en censura. Es por eso que las regulaciones terminan siendo tan poco efectivas o incluso contraproducentes.
En República Dominicana no hemos sido ajenos a esta batalla. Cada cierto tiempo vuelve el intento de imponer una «ley mordaza», supuestamente para frenar los abusos en redes, y el tema siempre termina desatando más controversia que soluciones.
Si en Estados Unidos, cuna de casi todas estas plataformas, no han logrado controlarlas, ¿realmente creemos que nosotros sí podremos? La respuesta, quizá, no necesita más que una pausa para reflexionar.
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