No todo lo que brilla es oro
Para mucha gente que se entusiasma con las cosas brillosas y que prometen dejar cuantiosas ganancias en poco tiempo, sin hacer prácticamente nada, las criptomonedas son el camino a seguir.
A lo largo de los años, de manera marcada después de la pandemia, hemos visto cómo crece el entusiasmo ante una herramienta financiera digital que pocos, por no decir nadie, conocen o entienden del todo.
Será un concepto difícil de comprender, pero ello no ha impedido que en torno a las criptomonedas y su promesa de ganancias y flexibilidad infinitas se haya montado toda una industria de humo que conforma ahora mismo las bases del manido metaverso que por ahí se acerca.
En efecto, para quienes no se han enterado, en el metaverso que se construye hay una activa compra y venta de terrenos a precios escandalosos, con planes de construcción de hoteles, instalación de tiendas, desarrollo de entretenimiento futurista y un largo etcétera.
La base de todo esto que se construye en el metaverso son los NFTs, las siglas de Non Fungible Tokens, otro concepto que pocos logran comprender del todo, pero que ahora mismo está arrasando en entornos cripto y no cripto.
Participar en el mercado de los NFTs, donde los precios que se pagan por esos certificados digitales son tan escandalosos como absurdos, requiere obligatoriamente del uso de criptomonedas y, por ende, de tener una criptobilletera para los fines.
A pesar de que no todo el mundo usa o quiere usar criptomonedas, de repente los NFTs están todas partes. En la República Dominicana, por ejemplo, la cerveza Presidente ha sacado su propia colección NFT, mientras que ya hasta hay premios en ese formato.
De nada sirven los numerosos reportes que apuntan al potencial fraude que son los NFTs o la posibilidad de que la burbuja cripto estalle espectacularmente, la gente sigue en un afán tal que hasta hay grupos de Telegram dedicados a reclutar adeptos.
Todo esto nos lleva a El Salvador, el primer país en ceder a la fiebre cripto al adoptar bitcoin como moneda de curso legal el año pasado.
Hasta ahora, el experimento ha tenido reacciones positivas y negativas, yéndose la balanza más hacia este último sentimiento.
No se puede decir aún que haya sido un fracaso, pero hay indicios de que las cosas podrían no salir muy bien. A modo de ejemplo está la ambiciosa Ciudad Bitcoin que el presidente de ese país anunció a finales de 2021.
Esta “Ciudad Bitcoin”, que se construiría a los pies de un volcán para aprovechar su energía, se levantaría en base a unos llamados “bonos volcán”, los cuales representan el equivalente de mil millones de dólares.
De este monto, la mitad de destinaría a comprar bitcoin, y la otra mitad a financiar la construcción de la ciudad. A los cinco años de retener el bitcoin, la idea es que El Salvador lo venda y, a partir de las ganancias, repartir eso entre los inversionistas.
¿Buen plan? No es que haya mucha información sobre esto, y quizás por ello los inversionistas tradicionales no están por meterse en los “bonos volcán”, dejando el camino libre a ballenas bitcoin (acumuladores de bitcoin) que sí están interesadas, pero que no darán un primer paso hasta no tener más detalles concretos a la mano.
No se sabe lo que pasará en El Salvador, pero organismos financieros internacionales advierten que no va por buen camino, mientras que en Estados Unidos los congresistas buscan mitigar los riesgos que podría representar para ese país la adopción del bitcoin como moneda de curso legal en El Salvador.
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